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La palabra «solsticio» proviene del latín solstitium, que significa «Sol quieto», ya que durante varios días antes y después del suceso, la altura máxima del Sol al mediodía parece que se mantiene sin cambios.

El miedo a la oscuridad siempre ha estado presente en el ser humano. A medida que el año avanzaba, los días se hacían más cortos, el sol se debilitaba y las sombras se alargaban, amenazando con devorar el mundo en una noche eterna. Esta larga y sombría travesía culminaba en el día más corto del año: el solsticio de invierno.

Durante el solsticio de invierno en el hemisferio norte, la Tierra se encuentra en un punto de su órbita donde el Polo Norte está más alejado del Sol. Como resultado, los rayos solares inciden de manera más oblicua y se distribuyen sobre un área mayor, lo que provoca que las temperaturas sean más bajas.

La declinación solar es el ángulo que forma la línea Sol-Tierra con el plano del ecuador. En el solsticio de invierno, la declinación solar alcanza su valor más bajo.

El solsticio de invierno en el hemisferio norte ocurre generalmente entre el 21 y el 22 de diciembre. El Sol alcanza su punto más bajo en el cielo al mediodía y sigue un arco muy corto, saliendo y poniéndose más hacia el sureste y suroeste, respectivamente. Este es el motivo por el cual los días son más cortos.

Los pueblos celtas y los nórdicos europeos que adoraban al sol celebraban un festival en invierno, el Yule. Este festival solía durar alrededor de 12 días, comenzando en el solsticio de invierno. Creían que, en esta noche, el sol nacía de nuevo. Para celebrarlo, encendían hogueras y decoraban los poblados y casas o cabañas con ramas de muérdago y acebo, plantas que se mantenían verdes con el frío. Un gran tronco de árbol se quemaba durante 12 días, simbolizando la esperanza de que la luz regresaría. Durante este tiempo, la gente se reunía para celebrar el renacimiento del sol. Las celebraciones incluían rituales con fuego, banquetes con comida y bebida, una fiesta para celebrar la llegada del sol.

En la antigua Roma, el solsticio de invierno coincidía con el festival de la Saturnalia. Aunque no se centraba únicamente en el sol, era una celebración de renovación de la vida. Durante una semana, las normas sociales se invertían: los amos servían a sus esclavos. Una fiesta que empezó unos años antes de la Segunda Guerra Púnica para dar moral y motivar a los romanos y a sus legionarios.  En esos siete días las calles se adornaban y se llenaban de gente. Se visitaba a familiares y amigos. Se intercambiaban regalos y se hacían comidas y banquetes públicos y privados.

En las festividades del solsticio de invierno, en todas las culturas hay un denominador común: no un final, sino un nuevo comienzo.

A través de la historia, las personas entendieron que la oscuridad es solo una parte del ciclo de la vida, y que después del día más corto, la luz siempre se hace más fuerte. Es un recordatorio de que, incluso en los momentos más oscuros, la esperanza y la renovación están a punto de nacer.

Aunque el cristianismo celebra el 25 de diciembre como la Natividad de Cristo, no hay evidencia histórica o bíblica que confirme que Jesús naciera en esa fecha. De hecho, muchos estudiosos sugieren que su nacimiento podría haber ocurrido en otra época del año.

La elección de esta fecha en particular tiene un origen simbólico y cultural. En la antigua Roma, el solsticio de invierno era un momento de gran importancia. Coincidía con varias festividades paganas que celebraban el «renacimiento» del sol, la victoria de la luz sobre la oscuridad. La más importante de estas era el «Natalis Solis Invicti», el «Nacimiento del Sol Invencible», una fiesta dedicada al dios solar.

Cuando el cristianismo se extendió por el Imperio romano en los primeros siglos d.C., la Iglesia se enfrentó al desafío de integrar las nuevas creencias con las costumbres arraigadas de la población. Para facilitar la conversión y dar un nuevo significado a estas celebraciones populares, la Iglesia Católica, bajo el Papa Julio I en el siglo IV, decidió fijar la fecha del nacimiento de Jesús el 25 de diciembre.

Con este acontecimiento papal se transformó la celebración del nacimiento del sol en la celebración del nacimiento del «Sol de Justicia» o la «Luz del Mundo», títulos que se le daban a Jesús en los textos bíblicos. La idea era que, así como el sol físico renacía en el solsticio, la luz espiritual de Cristo nacía para iluminar a la humanidad.

De esta manera, el solsticio de invierno y el nacimiento de Jesús se unieron en un poderoso simbolismo: la esperanza de un nuevo ciclo, el fin de la oscuridad y el comienzo de un tiempo de luz, tanto en el mundo natural como en el espiritual. Muchas de las tradiciones navideñas que conocemos hoy, como las luces, los árboles perennes y los regalos, tienen sus raíces en las antiguas celebraciones paganas del solsticio, que fueron adoptadas y adaptadas por la fe cristiana.

El arte clásico ha reproducido a las estaciones con símbolos y atributos especiales. La primavera con flores; el verano con espigas; el otoño con uvas y el invierno con un árbol sin hojas.

Con cierta frecuencia, el invierno se representa con un anciano que se calienta junto al fuego. Es una estación que invita a la devoción por la vivienda donde guarecerse, porque el invierno también es frío, soledad, amenaza para la vida y hambre.

El solsticio de invierno es el gran símbolo natural del final y del renacimiento. El «memento mori» por antonomasia, donde toda la naturaleza venera y rinde homenaje a la luz oculta para festejar el nacimiento de la nueva luz como fuente de vida.

Juan Pisuerga

PARA MÁS INFORMACIÓN CONSULTAR:

  1. Macphail, Cameron (2015). «Solsticio de invierno 2015: todo lo que necesita saber sobre el día más corto del año».
  2. Real Academia Española. «Invernal». Diccionario de la lengua española (23.ª edición).
  3. Handwerk, Brian (21 de diciembre de 2015). «Todo lo que necesitas saber sobre el solsticio de invierno». National Geographic.
  4. Centro de Datos de la NASA, Estados Unidos, 2011.
  5. «solstice». Encyclopædia Britannica, 2022.