Skip to main content

La expresión «el arte de la moral natural» no tiene un referente histórico o filosófico conocido. Con ella me refiero a un conjunto de principios morales derivados de la naturaleza humana, como la razón, la intención y la observación, que tienen a la democracia como punto final. A diferencia de la moral religiosa, que se basa en la fe, esta moral natural tiene fundamentos universales, aplicables a cualquier persona.

En este contexto, la palabra «arte» no se refiere a una creación artística, sino al «arte de actuar correctamente». Se trata de un enfoque moral que los gobernantes deberían desarrollar, a través de la reflexión, el conocimiento y la práctica, para el beneficio de sus ciudadanos. El arte de la moral debe servir como una guía ética fundamental para la vida, y ser una base para tomar decisiones.

En una democracia con una constitución consensuada y participativa, los ciudadanos saben que el sistema se fundamenta en tres poderes:

El poder legislativo: Propone y debate las leyes que luego se aprueban por mayoría en las Cortes Generales, Congreso de los Diputados y Senado. Las sanciona el Rey y se publican en el Boletín Oficial del Estado.

El poder ejecutivo: Liderado por el gobierno, su función es ejecutar las leyes, dirigir a los ciudadanos sin importar su ideología evitando crear divisiones odiosas; gestionar la administración y la defensa del Estado, la política interior y exterior. Debe elaborar los presupuestos y presentar proyectos de ley al Parlamento. Un ministerio, pagado por todos los ciudadanos, no debería actuar por motivos ideológicos para perjudicar o beneficiar a ninguna entidad social, política o económica.

El poder judicial: Formado por jueces y tribunales independientes, su misión es aplicar las leyes, resolver conflictos entre ciudadanos e interpretar técnicamente las normativas legales.

La separación de poderes es un pilar del Estado de derecho. Estos tres poderes deben ser independientes y controlarse mutuamente. Una democracia deja de serlo cuando uno de ellos intenta usurpar el poder del otro. Cada uno debe actuar dentro de los límites de la ley, que debe ser igual para todos, con el objetivo de garantizar la libertad y el bienestar de los ciudadanos.

Aunque una sociedad se declare democrática, no siempre lo es, ya que puede esconder autoritarismos. Los tres poderes son esenciales para el buen funcionamiento de una democracia y se controlan entre sí para evitar abusos.

El catedrático de filosofía Francisco Javier de Lucas propone que los ciudadanos «recuperen la noción de pensar y la noción de la crítica» y subraya que «antes que obedecer hay que pensar». Para él, el valor de una democracia radica en la capacidad de los ciudadanos para debatir y disentir. Como afirma Adela Cortina, «la moral y la filosofía son una necesidad para cualquier sociedad que quiera construir su vida en democracia». Es decir, lo que llamo «el arte de la moral». Lo que ningún gobierno puede acallar es el pensamiento crítico de los ciudadanos.

El filósofo austríaco Von Hayek afirmaba que «toda forma de colectivismo intenta inicialmente socavar la legalidad de la sociedad y, seguidamente, llevarla a la tiranía».

Por su parte, el alemán Jürgen Habermas, una figura clave en el pensamiento democrático, ha abordado temas como la esfera pública, la razón comunicativa y la democracia deliberativa. Aunque critica las desigualdades del capitalismo, rechaza el socialismo clásico. Defiende la creación de una esfera pública donde las personas puedan debatir racionalmente y llegar a consensos. Un espacio vital para que una democracia pueda sobrevivir y donde los ciudadanos pueden discutir temas de interés común y formar sus propias opiniones.

Las decisiones políticas deben tomarse a través del debate y la argumentación racional. Los representantes, que deben escuchar a sus votantes, tienen que expresar sus ideas y buscar consensos basados en la razón, pero solo funciona si se dialoga con el objetivo de entenderse mutuamente, no para dominar a los demás. El pensamiento de Habermas es útil para analizar los desafíos de la democracia en España:

La sociedad está cada vez más dividida, más polarizada en bandos creados intencionadamente por el ansia de poder, no por el bien común. Esta polarización es alimentada por políticos sin escrúpulos. El diálogo racional es imposible si se miente para vencer en un debate. No se puede hacer política con mentiras, ni tampoco alcanzar el poder a través del engaño y la desinformación. Esto erosiona la confianza en las instituciones.

Gran parte de la sociedad española ha dejado de involucrarse en la vida política debido a la mentira, la falsedad y la confusión legislativa. Esta apatía debilita la democracia y la hace más vulnerable a los intereses particulares.

En resumen, el énfasis de Habermas en la esfera pública, el discurso racional y la democracia deliberativa es una valiosa herramienta para comprender y fortalecer la democracia.

Unamuno, un defensor acérrimo de la libertad individual, creía que la democracia era el sistema ideal para garantizarla. No obstante, criticaba sus excesos, los peligros de la demagogia, el caciquismo (que ahora tiene otro nombre) y la corrupción, males que consideraba fundamentales en la política española y que debían combatirse para que la democracia funcionara.

Juan Pisuerga