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Bareyo es un ayuntamiento de la Autonomía de Cantabria que forma parte de la histórica comarca de “la Transmiera.» Un municipio formado por tres núcleos poblacionales: Ajo, conocido por su faro, su costa y sus playas; Güemes por el albergue para peregrinos de la ruta Jacobea del norte; y Bareyo 

Se conoce la presencia del hombre en esta zona desde el paleolítico superior. De esta época se han encontrado restos arqueológicos en cuevas del entorno. También se han visto enterramientos de la Edad de Bronce en el barrio del Convento de Bareyo.

En esta comarca se asentaron pueblos celtas en el siglo VI a.C. de la cultura de “La Tene,” también llamada Asturicense o Tenense. Se establecieron por la franja cantábrica y al norte del Duero. Vivían en cabañas de planta circular, con paredes de piedra y techumbres de ramajes en pequeños poblados encima de cerros o colinas.

Este territorio está descrito por Catón en el siglo II a.C. cuando el cónsul romano luchó en la Citerior contra los celtíberos. Marco Porcio Catón destacó sobremanera en las primeras etapas de la expansión romana en la península. Sus campañas militares fueron cruciales para que Roma dominara la citerior. Catón, sin embargo, es más conocido por su célebre frase «Cartago delenda est» («Cartago debe ser destruida»).

Según los historiadores y arqueólogos, los cántabros del siglo II a. C. eran pueblos guerreros con una pobre agricultura y una ganadería precaria. Sus hombres participaban como mercenarios de Roma en sus contiendas con otros pueblos peninsulares, lo que les proporcionaba buenos botines. Combatían a caballo “como Célebes” en acometidas que se conocerán como la “carga cántabra.» Una forma de combate que se caracterizaba por rápidos ataques y rápidas retiradas seguido de nuevos y veloces asaltos.

La última guerra que Roma llevó a cabo en la península fue contra cántabros y astures. Augusto la dirigió desde el pueblo burgalés de Sésamon. La contienda terminó con prácticamente la extinción de estos pueblos. Sus guerreros fueron condenados a muerte y las mujeres y niños a la esclavitud en países lejanos.

Roma implantó su cultura en la península y transformó la vieja estructura tribal en urbes y villas, dejando una profunda huella.

Después de la caída del Imperio Romano, la franja cantábrica quedó despoblada. Por su orografía, las invasiones de vándalos y suevos no la afectaron.

Los visigodos aparecen en la península alrededor del siglo IV, pero no se implantaron hasta el siglo V. Como su objetivo era consolidar el dominio peninsular, Leovigildo en el año 574 emprendió una serie de campañas militares para unir esta región al reino de Toledo.

La pervivencia de los cultos paganos se mantuvo hasta el siglo V, momento en el que el cristianismo comienza a entrar en la región.

Con la invasión musulmana, hubo un repliegue masivo de la población hispano-goda del norte del Duero a la franja cantábrica y un traslado de sus pobladores hacia el oeste, a Cangas de Onís para guarecerse en la sede del nacido reino asturiano.

Fue en el siglo IX, cuando los hispano-godos y cántabros ya mezclados emigraron a los valles interiores de las montañas cantábricas que estaban despoblados en busca de caza, pastizales y tierras de cultivo para alimentarse. Los acompañaron monjes que construyeron cenobios alrededor de los cuales nacieron núcleos poblacionales.

En la Edad Media, con Alfonso X se formó una unidad comarcal conocida como la Transmiera, un territorio situado entre las bahías de Santoña y Santander por el norte y la cordillera cantábrica por el sur. Una extensión de terreno entre los ríos Miera y Asón. La Transmiera se mantuvo como comarca hasta 1834, en que desapareció como jurisdicción administrativa. Hoy, no es una comarca oficial al término, pero la siguen utilizando los lugareños para referirse a este entorno.

El municipio de Bareyo se constituyó en 1835.

Hay una primera referencia escrita del 923 en el “Liber Testamentarum” de la Catedral de Oviedo en la que Ordoño II dona la iglesia de San Juan de Asía del valle de Soba a Santa María del Puerto y a Bareyo. Con más certeza hay un documento de 1084 sobre Güemes y otro de Nuestra Señora de Bareyo datado en 1195 en el Cartulario de Santa María de Puerto de Santoña, que ejercía su poder sobre toda la comarca. García Guinea se apoya en este Cartulario para fijar la construcción de Santa María de Bareyo a finales del XII o principios del XIII.

El carácter monástico del Cenobio se mantuvo hasta su desamortización en el siglo XIX, cuando se convirtió en parroquia.

Santa María de Bareyo, a pesar de las múltiples remodelaciones y ampliaciones entre los siglos XVI y XIX, es uno de los monumentos más interesantes del románico montañés, tanto en su fábrica como en su iconografía.

Para Vicente Herbosa, presidente del Centro de Estudios Montañeses, la iglesia se construyó sobre un monasterio anterior.» Lo deduce por las dos inscripciones que aparecen en su interior: una del 1071 en el arco del triunfo y otra de 1084 en un sarcófago, llamado de Munio.

Por fuera el interés románico de Santa María de Bareyo se reduce a su ábside. Está levantado con muros de piedra de sillería y dividido por dos semicolumnas en tres calles y en dos cuerpos por una imposta horizontal.

La ventana sur del ábside, cegada, tiene un guardapolvo decorado con puntas de diamantes. Sobre el vano se montó en el barroco una hornacina flanqueada por bolas herrerianas (queda una) y rematada con una cruz. Una operación que rompió las arquivoltas, fustes y semicolumnas románicas. La ventana central es doble y queda enmarcada por un guardapolvo de tacos de diamante. Los capiteles laterales son de bolas. Las dos ventanas están separadas por un fuste con un capitel único. La ventana del norte es simple.

Hay una colección de canecillos muy erosionados que sustentan la cornisa del ábside. Las hay de formas geométricas, de bolas, de cabezas de hombres y de animales y algunas imágenes obscenas.

La torre románica de la cúpula es cuadrada y maciza. La otra torre, más alta, es ecléctica de 1930.

La puerta de entrada al templo es renacentista, levantada durante una remodelación del siglo XVI.

En el interior se comprueba que el templo tiene una sola nave y mantiene su estilo románico, aunque sus bóvedas sean tardo góticas. Enfrente de la entrada hay una capilla de planta cuadrada y sobre el altar un original pelícano que, según los expertos, simboliza la imagen de Cristo Resucitado.

En el muro izquierdo hay un sarcófago con la inscripción en latín del año 984 “Aquí yace Munio, el siervo de Dios”.

Las capillas semicirculares del crucero y la cabecera forman un sorprendente ábside. En el siglo XVI se añadieron, además de las bóvedas, la sacristía y una capilla.

El alto ábside está cubierto con una bóveda de un cuarto de esfera. Lo forman dos cuerpos de arquerías de medio punto:

Las cinco arquerías ciegas del grupo inferior están sustentadas por capiteles con representaciones de cabezas humanas. Como son doce, algunos autores han pensado que se puede tratar de los apóstoles. En el centro figura un obispo con mitra.

El cuerpo superior está formado por siete arcos, cuatro de medio punto, dos de los cuales corresponden a la ventana doble del exterior y otros tres más estrechos. Es original la presencia de una figura policromada utilizada como fuste para sostener un capitel y el peso del sector de la bóveda. Los capiteles son de buena factura. Hay cestas de vegetales, manzanas como símbolo del pecado original; palmas que evidencian el triunfo sobre el pecado y cabezas humanas como almas salvadas. En uno de los capiteles hay una imagen del Pecado Original de Adán y Eva que desnudos se tapan con una hoja y están separados por una serpiente enroscada en un árbol.

Ente ábside en su conjunto es una de las mejores muestras del Románico Montañés.

Los muros laterales del transepto los forman un gran arco de medio punto que abrazan otras dos capillas pequeñas o absiolas de planta semicircular cubiertas con bóvedas de horno. Para Campuzano y Zamanillo, la cabecera del templo tiene una estructura en trébol que sugiere una solución mozárabe; personalmente no me lo parece, pero… El conjunto está cubierto por un cimborrio que se eleva sobre el crucero. Según los arquitectos, es una curiosa solución arquitectónica difícil de encontrar en el románico.

En la entrada al absiolo del Evangelio, destaca un capitel donde un hombre sujeta la cabeza de dos toros. Se dice que representa el dominio del hombre sobre la naturaleza, aunque es posible que la imagen sea más sencilla, solo un ganadero conduciendo una junta. En el interior hay un bajo relieve de un ángel sedente de grandes alas, que tiene un libro cerrado para explicar que siempre queda algo que aprender en la búsqueda de la verdad.

En la capilla de la epístola sobresale un capitel con animales fantásticos luchando entre sí. Según he leído, se refiere al pecado de la ira (¿?). En el muro contiguo, ocupando una hornacina con un arco de medio punto, un hombre con barba tiene un cuchillo entre sus manos y a su lado hay un muchacho. Se dice que representa el sacrificio de Isaac.

En el arco que da paso a la sacristía hay capiteles representativos de la Resurrección: las caras de las tres Marías, soldados dormidos, el sepulcro vacío, lámparas, ángeles, y en el último capitel dos personas observan la escena.

Son significativos los capiteles del arco del triunfo. En uno, un personaje lucha cuchillo en mano contra un cuadrúpedo asistiendo de testigo una serpiente con cabeza humana; y en otro hay una lucha entre dos dragones.

La linterna que se eleva sobre el crucero permite la entrada de luz y sus nervios descansan sobre ménsulas.

 Juan Pisuerga

 

PARA MÁS INFORMACIÓN

1-Enrique Campuzano y Fernando Zamanillo, Cantabria artística. Arte religioso. Estudio, Santander,1980.

2-Iglesia Santa María, Bareyo Archivado el 1 de septiembre de 2007 El Diario Montañés.

3-Cantabria Joven. Santa María de Bareyo, Guía monumental.

4- García Guinea. El románico en Cantabria. Estudio. 1996. Santander

 5- García Guinea, M.A: Enciclopedia del románico en Cantabria. T. I. La Costa. Aguilar de Campóo (Palencia), 2007.

6-Polo Sánchez, J.J.: ´Catálogo del patrimonio cultural de Cantabria. La Merindad de Transmiera, Escalante y Santoña., 2001

7-Vicente Herbosa, El románico en Cantabria, Ediciones Lancia, 2002.

8-Menendez Pidal Historia de España. España romana Tomo IV. España Visigoda Tomo V. España cristiana: Comienzos de la Reconquista. Tomo Vl. Ed. Espasa. 1958