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Alfonso II, hijo de Fruela I y de Munia, nació en el año 762. Tras el asesinato de su padre, su tía Adosinda, esposa del rey Silo, lo acogió y protegió en su residencia. Siendo muy joven, ejerció como gobernador de la corte, lo que le proporcionó una valiosa experiencia en asuntos palaciegos. Durante el reinado de Mauregato, la madre de Alfonso lo llevó a refugiarse primero al monasterio de Samos, en Galicia, y posteriormente a las Vardulias, donde residía su familia.

En Al-Ándalus, las revueltas internas del emirato y la presión franca en el Pirineo oriental obligaron a Córdoba a dispersar sus fuerzas militares.

Durante el reinado de Mauregato, Elipando convocó el concilio de Sevilla en el año 784, donde se debatió la entonces vigente teoría adopcionista. Las actas conciliares presentaban la doble naturaleza de Cristo: «Cristo era Dios en cuanto Hijo del Padre, pero en su naturaleza humana, al ser hijo de mujer, no podía ser Dios y, por lo tanto, habría sido adoptado por el Señor«. Esta idea suscitó numerosas respuestas y controversias entre los Padres de la Iglesia. Las actas llegaron a los Picos de Europa, donde el Beato de Liébana acusó a Elipando de «herejía, locura e ignorancia».

A Mauregato le sucedió Bermudo I, cuyo reinado duró dos años. Tras la muerte de Abderramán I en el año 788, su hijo y heredero Hixem I emprendió acciones bélicas contra el incipiente reino norteño. A pesar de la victoria de Yusuf, Córdoba no logró anexionarse ninguna plaza estratégica ni detener el avance cristiano. Tras ser derrotado, el rey asturiano abdicó en favor de Alfonso, quien fue proclamado rey según el rito visigodo. Bermudo pudo retomar su labor eclesiástica.

Desde el inicio de su reinado, Alfonso se dedicó a la organización del reino. Una de sus primeras decisiones fue trasladar la sede a una aldea situada en una colina, donde se encontraba el monasterio de San Vicente y desde cuya ubicación se facilitaba el control de las comunicaciones con León, Galicia y Cantabria.

A la franja cantábrica llegaban hispano-godos procedentes del sur, este y sureste del reino, quienes ocupaban terrenos con límites imprecisos. Para evitar conflictos vecinales, el rey ordenó parcelar las tierras del reino.

La sociedad de la franja norte se encontraba dividida entre quienes mantenían la ortodoxia católica y quienes aceptaban la tesis adopcionista.

El rey Casto vislumbró la oportunidad de convertir la iglesia asturiana en la única sede hispana reconocida por Roma, uniendo así a su poder político la autoridad religiosa. Es posible que las actas del concilio llegaran al Beato a través del rey. En esencia, se trataba de la disputa entre la naciente iglesia del reino asturiano y la prestigiosa sede toledana, que contaba con seguidores de la teología visigoda del arrianismo, de la tradición católica y mozárabe, del adopcionismo, y donde coexistían cristianos, judíos y musulmanes, para quienes Jesús era considerado un profeta.

El prestigio de la sede toledana era considerable en el mundo conocido, pero sus posturas en ese momento carecían de claridad. Alfonso aprovechó la situación para adherirse a la tesis del Beato y de Roma, y las hizo llegar a Carlomagno, quien también las respaldó.

Corría el año 794 cuando Hixem I organizó dos cuerpos de ejército para atacar el reino del norte, encomendándolos a dos hermanos: Abd el Krim, quien remontando el curso alto del Ebro arrasó y saqueó las tierras de Álava y las Vardulias, y Abd el Malik, que, atravesando Astorga, llegó hasta Oviedo: Destruyó la incipiente villa, saqueando iglesias y monasterios, y derribando edificios y palacios. En el camino de regreso, las tropas de Alfonso II les tendieron una emboscada en un barranco cuyo fondo era recorrido por un río, un lugar donde un ejército numeroso no podía maniobrar con facilidad. Los musulmanes sufrieron una severa derrota, en la que perdió la vida Abd el Malik. Los historiadores musulmanes y algunos medievalistas españoles se refieren a este enfrentamiento como la batalla de Lutos, mientras que otros la denominan del río Lodos o Llodios. Esta victoria otorgó a Alfonso una gran reputación como caudillo militar. Algunos ensayistas sostienen que marcó el inicio de la Reconquista. Para celebrar este triunfo, Alfonso ordenó la construcción de la catedral del San Salvador y las iglesias de Santa María y San Tirso, así como un palacio real y diversas dependencias y residencias para el clero y viviendas para los vecinos.

El reinado del Casto se vio afectado por las continuas razias de Córdoba, que enviaba incursiones periódicas a las tierras que comenzaban a repoblarse, como las Vardulias, los valles de Somiedo y el sur de Galicia. Debido a la despoblación de la meseta norte, los valles de Campoo no fueron atacados.

Durante su reinado, Alfonso mantuvo una destacada actividad militar, resultando victorioso en casi todas las batallas. Como hábil estratega, elegía cuidadosamente el lugar, el momento y el adversario de sus combates consolidado las comarcas que sus colonos iban ganando. Sus campañas militares se orientaron a la obtención de alimentos y a la liberación de esclavos cristianos. Arrasó Oporto y despobló nuevamente la meseta norte. En el año 798, su ejército llegó hasta Lisboa, donde saqueó la ciudad y liberó a los cautivos cristianos, llevando el botín y abundantes provisiones para sus habitantes de las montañas.

En el año 801 tuvo lugar una rebelión cortesana poco documentada. Se ha especulado con la posibilidad de que fuera una conspiración motivada por el temor a una posible venganza de Alfonso por el asesinato de su padre. Sin embargo, esta hipótesis resulta poco probable debido al tiempo transcurrido y al reinado de cuatro monarcas posteriores. En la conjura participaron magnates y nobles, pero ninguno se atrevió a reclamar el trono. Es más probable que la revuelta estuviera relacionada con la división religiosa. El rey fue exiliado al monasterio de Ablaña y rescatado por un noble conocido como Teuda.

Alfonso impulsó la repoblación por colonos de los valles del sur del reino. Ordenó la fundación de iglesias y monasterios en Taranco, en el valle de Mena, y en Valpuesta, donde el obispo Juan, probablemente emparentado con la madre del rey, estableció una diócesis.

Un acontecimiento de trascendental importancia durante su reinado fue el descubrimiento en el año 815 de la tumba del apóstol Santiago. La hagiografía histórica relata que:

“Un ermitaño informó al obispo Teodomiro del avistamiento de unas luces en Iría Flavia, un lugar del convento jurídico lucense y el mismo sitio donde, según la tradición, el apóstol Santiago había comenzado a predicar su doctrina. El apóstol había recibido en Saracusa la aparición de la Virgen María sobre una columna de jaspe para infundirle ánimo, y desde entonces es venerada como “La Virgen del Pilar”.

Santiago regresó a Jerusalén, donde fue decapitado durante la persecución de los cristianos por orden del emperador Herodes Agripa en el año 44 d.C. Sus discípulos trasladaron su cuerpo por mar hasta Iria Flavia, donde fue sepultado. Fue en esta localidad donde el obispo Teodomiro y el ermitaño encontraron una tumba de origen romano con un cuerpo decapitado y la cabeza colocada bajo el brazo”.

Cuando Alfonso tuvo noticia del descubrimiento, se dirigió a Iría Flavia para arrodillarse ante la tumba del apóstol, siendo considerado por ello el primer peregrino. Mandó construir, en un lugar denominado Campus Stela, una iglesia que con el tiempo se convertiría en la Catedral de Santiago y en uno de los centros de peregrinación más importantes del mundo cristiano. Posteriormente, se iniciaron debates para determinar si los restos hallados pertenecían al apóstol o a una figura tan singular como el obispo Prisciliano.

El papa León XIII proclamó en una bula de 1884 que los restos encontrados pertenecían al apóstol Santiago.

El descubrimiento de la tumba de Santiago dio origen a la ruta Jacobea, de enorme trascendencia para el reino asturiano. Por esta calzada llegaron nuevas ideas y pobladores, que se asentaron a lo largo del camino aportando una nueva perspectiva del comercio, técnicas arquitectónicas innovadoras y herramientas novedosas para la industria artesanal. A través de esta vía, la cristiandad europea conoció la existencia de un reino cristiano en el norte peninsular. La senda se llenó de europeos que se mezclaron con los hispano-godos y mozárabes, lo que impulsó notablemente el desarrollo social y económico de la región.

Alfonso II mantuvo contactos con el emperador Carlomagno. Se tienen constancia de tres delegaciones que se trasladaron a la corte franca en los años 796, 797 y 798, aunque se desconoce su contenido. Se especula con la posibilidad de que Alfonso II deseara dar a conocer su reino al emperador, confirmar sus conclusiones religiosas contrarias a la teoría de Elipando y establecer relaciones diplomáticas.

Alfonso II falleció sin descendencia en 842, tras un reinado glorioso, sobrio y piadoso que se extendió durante 51 años. Heredó de su padre un temperamento fuerte y un marcado carácter guerrero.

El rey Casto adoptó y llevó a la práctica las ideas religiosas de Maragato en torno al celibato, de donde deriva su sobrenombre. Precisamente esta inclinación por la castidad ha llevado a algunos historiadores a vincularlo con cultos priscilianistas, muy arraigados en Galicia, pero condenados por la iglesia bajo pena de excomunión.

Juan Pisuerga.

 

 

 

PARA MÁS INFORMACIÓN.

1-Aramburu y Zuloaga, Félix (1996). «Alfonso II, el Casto». Asturianos Universales: Ediciones Páramo, S.A. 

2-Cabal, Constantino (1991). Alfonso II el Casto, fundador de Oviedo. Grupo Editorial Asturiano. 

3-Martínez Díez, Gonzalo (2002).  Poder y Sociedad en la Baja Edad Media hispánica: Universidad de Valladolid.

4-Martinez Diez, Gonzalo (2005). El Condado de Castilla (711-1038): la historia frente a la leyenda. Valladolid: Junta de Castilla y León. Consejería de Cultura y

5-Ruiz de la Peña, Juan Ignacio; Sanz Fuentes, Mª Josefa (2005). Códice testamento Alfonso II el Casto y estudio de la obra.: Ediciones Madu.

6- Menendez Pidal. Historia de Espasa Calpe.