En uno de los paisajes naturales más espectaculares de la península, aún poco explotado y testigo silencioso de la riqueza histórica y artística del románico de la Montaña Palentina, concretamente en el pueblo de Revilla de Santullán, se levanta en un cerro un templo dedicado a san Cornelio y san Cipriano. La iglesia se sitúa en un valle, rodeada de bosques, ríos, arroyos y prados donde crecen arbustos, flores silvestres y ricos pastizales.
A comienzos del siglo IX, los montañeses emigraron a estas tierras en busca de caza, pastos para el ganado y terrenos para el cultivo. Por aquel entonces, bandas de bandidos bereberes merodeaban por la Meseta Septentrional dedicados al pillaje, por lo que los colonos solicitaron la protección del conde Munio Núñez I, a cambio de un diezmo de sus cosechas. El acuerdo les otorgó cierta tranquilidad, pero como necesitaban mayor seguridad jurídica para las tierras adquiridas por medio de las presuras, en el año 824, el rey Alfonso II les concedió la Carta o Fuero de Brañosera, considerada la primera carta puebla de Europa, que permitía a un concejo gobernarse y administrarse por sí mismo.
La comarca se fue poblando con la llegada de montañeses acompañados de monjes que levantaban humildes iglesias o eremitorios para las reuniones de los vecinos y para la celebración de los cultos religiosos. En torno a ellas nacieron los primeros núcleos de población.
La Montaña Palentina ha pasado por manos de colonos, señoríos, condados, abadías e incluso se convirtió en tierra de realengo.
En 1285, bajo el reinado de Sancho IV de Castilla, los vecinos decidieron erigir una iglesia en honor a los mártires san Cornelio y san Cipriano. Deseaban un templo digno, ajeno a las modas artísticas del momento, con un aspecto sobrio, clásico y austero. Se construyó con la piedra rojiza de la zona y muros de sillería, reforzados con contrafuertes debido a la irregularidad del terreno.
El edificio cuenta con un ábside semicircular proporcionado al volumen del templo, que está precedido por un tramo recto. En el centro del ábside se abre una ventana aspillera decorada con arquivoltas sobre capiteles esculpidos con aves. En el lado sur aparece un vano más pequeño y casi oculto, con archivolta y capiteles de motivos vegetales. Sobresalen los 57 canecillos que decoran el alero del ábside y el presbiterio con una rica y variada iconografía, que incluye músicos, guerreros, exhibicionistas, animales y formas geométricas.
La espadaña se alzó en el muro occidental, reforzando la estabilidad de la fábrica, mientras que los canecillos son sencillos y austeros.
La puerta principal se abre en el muro sur. Sobre la entrada se levanta un guardapolvo o tejadillo para proteger el vano de la lluvia y otros efectos climáticos. Su estructura abocinada ayudaba a distribuir el peso y a reforzar la estabilidad. Presenta seis arquivoltas con decoración en dientes de sierra y zigzag. En la segunda arquivolta está tallada la Última Cena: Jesús preside en la dovela central, bendice a los apóstoles que le acompañan, seis a cada lado, protegidos bajo pequeños arcos y cada uno con su plato. En los extremos se esculpieron dos retratos: a la izquierda, un monje de larga melena lee un libro que se supone que es la Biblia, y a la derecha, el autor de la obra, identificado con la inscripción “Michelangelo me fecit”, se representa a sí mismo trabajando, sentado, con cincel en una mano y maza en la otra, vestido con túnica y gorro que le cubre la melena. Tras él, un libro abierto, probablemente un cuaderno de modelos, y tres piedras que esperan ser transformadas en finos arcos y delicados capiteles. Esta imagen de Michaelis resulta excepcional, pues inmortaliza al creador no solo como artesano, sino también como intelectual, consciente del legado que transmitía a la posteridad.
Los capiteles de la portada, en el lado izquierdo, muestran un variado conjunto: hay imágenes del bestiario, como grifos, un guerrero enfrentado a un león, identificado por los eruditos como Sansón, un basilisco y criaturas fantásticas como dragones y arpías. En el lado derecho, el capitel interior representa un Santo Sepulcro, seguido de cestas vegetales, una escena en la que un joven vence a un dragón y otra en la que un felino huye de un reptil y un dragón. El conjunto culmina con un capitel vegetal de inspiración cisterciense.
Con el paso del tiempo se añadieron una sacristía y un pórtico cerrado en el lado sur, que alteraron por completo el diseño original del edificio.
El interior del templo es sencillo y diáfano. Presenta una única nave cubierta con bóveda de cañón, un presbiterio elevado por un arco triunfal y un ábside semicircular. La decoración románica se concentra en los capiteles del arco: Daniel en el foso, orando entre dos leones, y el ángel protector enviado por Dios en el lado de la epístola.
La calidad de la talla del conjunto es muy sobresaliente. La filigrana del tardo-románico alcanza aquí su máxima expresión en el realismo, la sofisticación y el detalle de las figuras, ya en contacto con el estilo gótico.
Juan Pisuerga
PARA MÁS INFORMACIÓN, CONSULTAR:
- García Guinea, M. A. El románico en la provincia de Palencia.
- Alcalde Crespo, G. (1980). El Románico en Palencia.
- Enciclopedia del románico en Palencia. Fundación Santa María la Real.