En el corazón de la Ribera del Duero, hay bodegas que son cámaras subterráneas de piedra arcillosa, excavadas con pico y pala por las manos y brazos de los lugareños a una profundidad de entre 10 y 15 metros. En su diseño, incluían respiraderos naturales para mantener una adecuada ventilación. Fueron y son reservorios que aprovechan las condiciones naturales del terreno con el objetivo de mantener una temperatura y una humedad constantes durante todo el año.
Estas bodegas tradicionales e inmemoriales, aunque se encuentran en muchos pueblos de España, son particularmente numerosas y tienen características especiales en las tierras del valle medio del Duero. Las más numerosas están en Aranda de Duero, Roa, San Esteban de Gormaz, Atauta, Vadocondes y Gumiel del Mercado, entre otros.
Todas estas bodegas son muy parecidas, aunque cada una tenga sus propias particularidades. Forman parte del legado cultural de la Ribera, un rico patrimonio que mantiene viva la cultura vitivinícola y la vincula con el carácter, las tradiciones y la vida social de los ribereños. Además de su uso para almacenar el vino, han sido, durante siglos, lugares donde las corporaciones o agrupaciones celebraban reuniones y cabildos para valorar la condición y la producción de la cosecha de la uva.
Su mantenimiento y conservación son obligatorios para preservarlas como un tesoro particular. Es un patrimonio único que vincula la historia, la cultura y la identidad de la Ribera con sus habitantes.
Abrazada por suaves colinas, se encuentra San Esteban de Gormaz, una villa cargada de historia, encanto, colores y sabores. Fue una plaza clave en las batallas y tensiones entre los reinos cristianos y musulmanes en los siglos IX y X. En San Esteban, debajo de sus calles empedradas y casas centenarias, se encuentran sus bodegas subterráneas ancestrales. La mayor parte de ellas están en la ladera sur del cerro del castillo. La singularidad de San Esteban de Gormaz radica en la gran cantidad de bodegas: se dice que hay más de 200 excavadas en la tierra que servían, tradicionalmente, para la elaboración y conservación del vino. Muchas han sido recuperadas y son utilizadas por sus propietarios como merenderos o espacios de reunión, manteniendo viva una tradición ancestral.
En Atauta, pueden verse las vides tendidas en el suelo, aparentemente descuidadas y rodeadas de pinos y encinares lejanos. Lo que asombra es la enorme cantidad de bodegas que, por su disposición, recuerdan a una de esas urbanizaciones que se construyen actualmente en la periferia de las grandes ciudades. Sus bodegas milenarias están excavadas en la superficie de la tierra en una zona conocida como El Plantío.
Aranda de Duero esconde una ciudad subterránea bajo su centro histórico a unos 10 o 12 metros de profundidad. Mantiene unos pasadizos de unos siete kilómetros de galerías excavadas e intercomunicadas con salida extramuros de la ciudad. Aunque hay galerías hundidas, muchas todavía permanecen intactas.
Estas bodegas subterráneas mantienen una temperatura constante, en torno a los 13 grados, durante todo el año. Esta condición, junto con el grado de humedad y la ausencia de luz, vibraciones y sonidos del exterior, permite la conservación del vino en cubas de madera, alejados de agentes externos que lo puedan afectar.
Son el lugar ideal para la fermentación del mosto y para almacenar el vino. Solo las llamadas zarceras permiten un flujo de corriente de aire para su renovación interior. La arquitectura de todas estas bodegas sorprende por su sencillez y funcionalidad. Se accede a ellas por pequeñas puertas de madera que, al abrirse, revelan un mundo subterráneo fresco y oscuro que transmite un aroma de tierra húmeda y vino envejecido. En su interior, hay cubas de madera, tinajas, lagares, herramientas y chimeneas para contar historias de una a otra generación.
Bodegas y lagares excavados en una tierra que ha sido, durante siglos, testigo silencioso de la vida y de la cultura de estos pueblos, a los que el Duero roza y acaricia.
Los campos de las tierras de la Ribera son verdes en primavera por los brotes nuevos del grano nacido y dorados en verano por las mieses. Tierras serpenteadas por el Duero, donde desaguan arroyos y regatos, y cubiertas de viñedos de uva tempranillo, criada y fundida por el sol castellano. Una uva, orgullo y bandera de una comarca histórica.
En estos pueblos de la Ribera, el aire que se respira tiene aroma a cepa. Sus viñedos murmuran al viento la noble promesa de perpetuos racimos profusos de una uva seria y profunda. El alma es el viñedo, cuya uva ofrece ese tinto oscuro, como una noche sin luna que, al llegar a su bodega, exhala el perfume de la calma austera y el fuego escondido del que siempre espera.
Aunque no se conoce con exactitud la fecha de construcción de estas bodegas, hay documentación que ya existían en el 1600. Se ha publicado que han sido excavadas entre los siglos XI y XII.
Cada copa de vino de la Ribera que se levanta es recitar una oración a la tierra y al tiempo. En cada sorbo de vino, en cada rincón oscuro de este subsuelo, late el alma del ribereño. Estos vinos son el lenguaje de la vida, de la casa y del alma del ribereño que nunca se cansa ni se rinde.
Es un lugar donde el pasado y el presente se funden en un eterno brindis con el néctar de sus bodegas. Estamos en la obligación de conservar este patrimonio único.
Juan Pisuerga
PARA MÁS INFORMACIÓN, CONSULTAR:
- Ministerio de Agricultura y Medio Rural y Marino 2012.
- «Denominación de Origen Protegida «Ribera del Duero»». de 2024.
- «Lisbon Express Ribera del Duero». 2024.
- El Norte de Castilla Los mejores expertos europeos en vino acuden a la Ribera. 2008.
- El País. Madrid. Ribera del Duero 1990: Ediciones