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A diferencia de su padre, Felipe III fue un hombre de carácter débil y con escaso interés en los asuntos de Estado. Prefería la vida religiosa y la caza a la responsabilidad de gobernar el Imperio español.

La debilidad del monarca propició la ascensión al poder de un “valido”, un ministro encumbrado para ejercer el poder en nombre del rey. El duque de Lerma fue quien gobernó España durante gran parte del reinado de Felipe III.

Las guerras religiosas, la inflación y la mala gestión financiera habían debilitado las arcas reales. Las tensiones entre los territorios del imperio fueron en aumento y el el Imperio español entró en una profunda crisis económica.

Los enemigos tradicionales de España, Inglaterra y Francia se estaban fortaleciendo, mientras el poderío español se mantenía en Europa deforma cada vez más precaria.

El reinado de Felipe III marcó el inicio del declive del imperio. Durante su mandato se produjo un notable desarrollo de las artes y la literatura.

Cuando la corte llegó a Valladolid en 1601, el duque de Lerma, apoyándose en el rey, compró aparentemente los terrenos de la margen derecha del río. Unas heredades que, desde la actual plaza de San Bartolomé, se extendían hasta las huertas del monasterio de la Virgen del Prado. Eran tierras de cultivo y caza, la afición predilecta del rey. El duque le comentó al monarca: «En las orillas del río hay numerosas casas y huertas de recreo que aquí llaman Riberas».

La finca adquirida gozaba de una ubicación excelente, muy cerca de la corte y bien comunicada por un puente y por el constante tránsito de barcas por el río.

Al valido le interesaba apartar al rey del gobierno y, para ello, le ofrecería una finca de recreo con aire regio, inspirada en las villas renacentistas italianas, concebida para evadirse del bullicio de la ciudad, rodeada de fuentes y jardines.

El palacio, su huerta y sus jardines comenzaron a construirse en 1602, siguiendo los planos de Juan Gómez de la Mora. La ejecución de las obras corrió a cargo de los canteros vallisoletanos Diego de Praves y Juan de Nates. En ese mismo año, «El duque mandó traer unas plantas de El Escorial para el jardín de la Ribera».

El palacio fue reedificado sobre una residencia campestre elegida por su situación y cercanía a la corte, sus excelentes vistas sobre el Pisuerga y sus recursos agrícolas, piscícolas y cinegéticos. La residencia, reconstruida con ladrillo y tapial, fue dotada de nuevas instalaciones y dependencias para acoger a invitados y sirvientes. Desde el palacio, unas galerías llegaban hasta el río.

En la planta principal, el salón era el espacio más representativo. Albergaba una formidable pinacoteca, con obras de Carducho, Rubens, Veronés y Tiziano, entre otros, y un magnífico retrato del duque de Lerma, obra de Rubens. La estancia contaba con un oratorio y un zaguán o terraza orientada al río y comunicaba directamente con el jardín, y con una escalera de cierto empaque que llegaba al piso superior, donde se encontraban los dormitorios. Los balcones y las ventanas se cerraban con celosías pintadas de azul y verde.

Desde el zaguán y desde las ventanas del piso superior, los reyes y los cortesanos se entretenían contemplando los juegos náuticos de guerra que se desarrollaban entre en el Pisuerga.

Gracias a los trabajos del profesor Martín González y del arquitecto Pérez Gil, se sabe que el palacio fue un edificio de dos alturas diseñado siguiendo la arquitectura de los Austrias.

Según el plano de Ventura Seco, el jardín se localizó al sur del palacio. «Tenía parterres, árboles y pajareras con aves de diversos cantos y colores”. El terreno estaba ornamentado con arena roja, bancos y boj. Había un espacio para disfrutar de los peces de los estanques y de flores de distintos aromas y fragancias. Para Pinheiro, «El jardín está repartido en cuatro cuadros, con cuatro bonitas fuentes y en medio una de alabastro de Juan de Bolonia que regaló al rey el Duque de Florencia con unas perfectas figuras de Caín y Abel». Con el agua del ingenio de Zubiaurre, el duque «puso en regadío toda la margen derecha del Pisuerga».

Desde el Puente Mayor y la orilla izquierda, los vallisoletanos veían el palacio como un teatro cuyos actores eran los reyes, duques y cortesanos. Un escenario tan hermoso como inaccesible. Con cierta gracia se decía «que la Ribera Derecha del río tenía aires muy puros y, como en Castilla todo el mundo tenía don, al aire de la Ribera se le llamaba don Aire».

Para llegar al palacio de la Ribera, los reyes atravesaban el río habitualmente en barca, pero otras veces acompañaban al duque, que, como caballerizo mayor, tenía que hacerlo con los animales por el puente.

La finca fue enseguida conocida como “La Huerta del Rey”.

El profesor Martín González describe «una plaza de toros y cañas anexa al noreste del palacio de la Ribera construida en 1604 y que según los planos era rectangular; los espectáculos se podían ver desde el piso superior».

El retorno de la corte de Felipe III a Madrid en 1606 fue el principio del fin del palacio. Lerma supo sacar provecho de la huerta y se la vendió al Rey por 70.000 ducados y 37.000 más por las mejoras de rehabilitación. El duque aceptó su administración con un salario de 3.000 ducados.

Mediante una cédula real de 1606, el rey permitió el libre tránsito de barcos por el Pisuerga, pero prohibiendo desembarcar en la Huerta del Rey.

Una vez en Madrid, «el rey tuvo que pagar al concejo 50.000 ducados para que cobraran los antiguos propietarios de las fincas».

En un inventario de 1607 se catalogan dieciséis llaves, lo que probablemente coincide con el número de habitaciones. En ese mismo año, según Pérez Gil, se plantaron 5.000 plantas medicinales para la botica real. La Corona mantuvo la huerta y el palacio dentro del Patrimonio Real, aunque ya habían perdido su función.

En 1618 se realizaron arreglos en el tejado y en 1627 se construyó un paredón de piedra para contener las riadas. En 1635, Felipe IV ordenó a Francisco de Praves que enviara al Buen Retiro las obras de arte que habían quedado en la Ribera, lo cual fue un acierto, ya que la riada de 1636 causó serios daños en la huerta. La máquina para subir el agua del Pisuerga dejó de funcionar.

En 1639, Felipe IV regaló la escultura de Adán y Eva al príncipe de Gales. En 1653, la peana donde se sustentaba la escultura se llevó a Segovia y terminó en los jardines de Aranjuez para sostener una escultura de Baco. Es decir, durante el siglo XVII, el mantenimiento del edificio fue abandonando.

En el año 1716, el Concejo mandó a Ventura Rodríguez evaluar la situación del palacio y las obras necesarias para utilizarlo como cuartel. En una primera carta explica que es necesaria una rehabilitación total, y en una segunda nota sugiere que sería mejor dedicar la huerta a tierras de pan y la residencia a casa de labranza.

La riada del 6 de diciembre de 1739 dejó al palacio prácticamente inservible. En 1772, don Luis del Valle y Salazar, del Patrimonio Real, ordenó que todo lo que quedaba útil en el palacio se trasladase a los Reales Sitios de Madrid.

El tiempo y el abandono terminaron por arruinar el palacio de tal forma que en el año 1791 el maestro Francisco Álvarez Benavides presentó un informe para que el palacio fuera derribado y se construyera una casa para el guarda de la finca. De esta manera, se certificaba la desaparición de un palacio que había servido unos años a la Corona y había enriquecido al duque de Lerma.

En el año 1807, la finca fue cedida a la «Sociedad Económica de Amigos del País» para instalar una escuela de agricultura, proyecto que no se llevó a cabo debido a la invasión francesa.

Por Real Orden del 18 de abril de 1818, la finca pasó al Ayuntamiento y fue arrendada como terrenos de labranza.

En 1823 se reedificaron algunas tapias arruinadas por las crecidas del Pisuerga. Hay documentos que indican que en 1827 permanecía en pie la puerta que miraba al Puente Mayor.

Hace unos años, por iniciativa del Ayuntamiento de Valladolid y a solicitud expresa de la Asociación de Amigos del Pisuerga, se han recuperado algunos muros del Palacio de la Ribera y se proyectó una limpieza de los arbustos. Solo se conserva una pared de sillería que forma parte del muro de contención del río y algunos muros transversales de adobe.

Juan Pisuerga

 

 

 

PARA MÁS INFORMACIÓN SE PUDE CONSULTAR A:

1-Pérez Gil, Javier (2002). En palacio de la Ribera y el  Valladolid   cortesano. Ayuntamieneto de Valladolid

. Pérez Gil, Javier (2016). Reales sitios vallisoletanos Universidadde Valladolid.

 3-Sangrador Vitores. M. Historia de Valladolid. facsímil.

4- Pinheiro da Veiga, “Fastiginia. O «Fastos famosos». Año 1605. Facsímil

5. Martín González. El Palacio de la Ribera. Universidad de Valladolid