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Ante la desesperanza que se vive en la sociedad española, quiero dirigirme a quien lea esto para decir que España es una gran nación y un país destacado a nivel mundial. Sin embargo, en los últimos años, ha sido intimidada por políticos mediocres y mal preparados.

España es un pueblo antiguo, uno de los más viejos del mundo, con tradiciones ancestrales. No tiene por qué agachar la cabeza ante ningún Estado de la Unión Europea ni ante otras comunidades o continentes. Sin embargo, el pueblo español recibe información de unos medios de comunicación con conocimientos deficientes, lo que influye de forma negativa en la sociedad.

Algunos escritores profesionales sostienen que, para captar el interés, un relato debe ser impactante o novedoso desde el principio. No obstante, he leído libros magníficos sin esa introducción; muchas emociones pueden transmitirse en un solo párrafo.

Es agotador escuchar con frecuencia frases como “el Estado español” o, simplemente, “este país”, cuando lo correcto sería decir España. Estas expresiones se leen en artículos de opinión y se escuchan en tertulias de radio y televisión, muchas de ellas subvencionadas. Parece que es el propio Estado el que quiere anular la palabra España. ¿Estamos ante una contradicción lingüística o ideológica? En casi todos los medios de comunicación, la palabra España solo aparece en las transmisiones deportivas.

Las frases “este país” o “el Estado”, que se oyen a menudo incluso en conversaciones entre amigos, son poco comprometedoras. No se menciona a España como nación. Y, en efecto, parece que nuestras élites quieren crear un Estado sin nación. Pero, ¿qué proyecto puede tener un Estado que no tiene nación? Si el país es únicamente una entidad administrativa y no existen vínculos de unión entre sus ciudadanos, ¿qué grado de solidaridad podría haber entre ellos? Sus metas estarán limitadas. Aunque no es exigible, la solidaridad es una cualidad que se debe desear.

La familia, o el conjunto de familias que constituyen una nación, es la unidad fundamental de la sociedad.

¿Alguien podría creer que la falta de mención de la palabra España en tertulias televisivas o crónicas políticas, donde hay personas maleducadas que solo gritan «Este país…» y agitan las manos de manera convulsiva, es una forma “elegante” de apoyar a las autonomías?

Un Estado no puede existir si no se basa en sus ciudadanos. No puede haber una clase dirigente en el sentido más estricto y profundo de la palabra si no se hace responsable de la soberanía de sus ciudadanos.

Una nación no es solamente un área geográfica, sino una colectividad de individuos vinculados a través de lazos identitarios, culturales e históricos. Esta comunidad es anterior al Estado y sirve como base para su existencia. El Estado es una estructura administrativa que la nación, por medio de sus ciudadanos, ha creado para organizar, proteger y administrar sus intereses; sin embargo, no tiene vida propia ni autoridad para establecer una identidad nacional autónomamente.

Los ciudadanos poseen la soberanía, o el poder supremo. Estos, mediante el Congreso de los Diputados, autorizan la formación de un Estado que los represente y dirija. Cuando el pueblo no se siente perteneciente a esa nación, la entidad estatal se vuelve vacía. Para que un Estado pueda subsistir, es necesario contar con una nación de ciudadanos.

El artículo 1.2 de la Constitución española dice: «La soberanía nacional reside en el pueblo español, a partir de quien nacen todos los poderes del Estado». Esto implica que el poder supremo es de todos los ciudadanos, quienes lo ejercen representativamente mediante el Congreso de los Diputados.

Si los ciudadanos no muestran interés por su país, los líderes políticos carecerán de una base firme para ejercer el gobierno. Un liderazgo eficaz requiere un vínculo con la identidad y los principios de la nación para guiarla hacia un futuro más prometedor.

No puede existir un proyecto sin un punto de partida. Si nos alejamos de nuestra historia y nuestro legado cultural, no sabremos qué rumbo está tomando nuestra nación.

El trayecto hacia el futuro es ineludible, pero debería estar guiado por líderes que sean perspicaces, comprometidos con el servicio público y debidamente preparados. No obstante, es improbable que esto suceda debido a que la sociedad de España ha perdido el oremus cultural e intelectual. Hemos construido, en los años recientes, una sociedad con una educación escasa y débil. Desde la década de 1980, esto ha ido empeorando: se ha reducido la cultura, los fundamentos técnicos, el desarrollo, el poder económico y, como resultado, el peso político mundial.

¿Tendrán los políticos españoles conciencia de hacia dónde nos conducen si nos distancian de nuestros propios orígenes y del punto en el que comenzamos? Es poco probable.

Juan Pisuerga