A finales del siglo VIII, los colonos montañeses de la costa comenzaron a establecerse en los valles interiores de la franja cantábrica. Durante el reinado de Alfonso II, en el año 811, se levantó en el valle de Cayón el monasterio de San Vicente de Fístoles, uno de los primeros focos de actividad religiosa. La abadía de Fístoles, de cuyo nombre deriva el topónimo de Esles. Fue fundada por la abadesa Gudvigia y su hermano, el abad Sisnando. Esta abadía llegó a ser uno de los cenobios más importantes de la Transmiera.
Era conde de estas tierras Gudesindo, que dona en un documento del año 816 a Esles todas sus posesiones. Cuatro años más tarde lo hizo su hermano, el obispo Quintila.
A unos dos kilómetros al suroeste de Santa María de Cayón y en un pequeño altozano, se construyó a comienzos del siglo XII la sorprendente abadía de San Andrés de Argomilla, uno de los monumentos más destacados del valle del Pisueña.
Frente al templo se encuentra actualmente el palacio barroco de la familia Ceballos, erigido sobre un anterior palacio medieval.
La iglesia, vista desde el exterior, es sobria, aunque sobresale por su altura. Se trata de un edificio de una sola nave, con muros íntegros y ábside semicircular.
En el muro oeste, correspondiente al hastial de la iglesia y acceso al templo, se encuentra la portada protegida por un pórtico. La puerta tiene cuatro arquivoltas de medio punto decoradas con baquetones, bolas y billetes, que se apoyan a cada lado en dos columnas con capiteles historiados. En el lado izquierdo, el capitel próximo a la puerta muestra animales fantásticos que se muerden el lomo, mientras que en el capitel exterior aparecen leones con las cabezas unidas. En el lado derecho, el capitel interior presenta en su parte baja arpías y en la superior perdices que entrecruzan sus cuellos; el capitel exterior exhibe tres figuras humanas: dos de pie en los extremos y una tercera, sentada, en el centro.
En el muro sur se abren dos ventanas aspilleras con arquivoltas de medio punto. Este lienzo está sostenido por veinte canecillos decorados con motivos diversos: rollos, volutas, proas, cavetos, figuras humanas y una vaca, entre otros.
Los canecillos del muro norte son menos iconográficos. Según la bibliografía, este muro hubo de ser reforzado por un contrafuerte.
El ábside está dividido en tres calles por columnas adosadas que descansan sobre fuertes basas. El capitel de la semicolumna derecha muestra una cesta de acantos; en el de la izquierda, una cabeza sostiene una rama en la boca y sujeta a dos leones.
En cada calle del ábside se abre una ventana, salvo en la lateral sur, que desapareció con la construcción de la sacristía. En la pared de esta dependencia se conserva esculpido el escudo de la familia Ceballos, con sus armas y las de sus parientes. Estas familias ejercieron el patronazgo sobre la abadía entre los siglos XVI y XVIII. La heráldica refleja enlaces matrimoniales estratégicos que fortalecieron su poder y posición social. Los dos vanos restantes son de medio punto, y debajo de ellos corre una imposta de billetes. Los capiteles, muy deteriorados, están decorados con bolas.
Los canecillos del ábside poseen una rica y variada iconografía: una cabeza de caballo, rollos, billetes, una cabeza animal, figuras que se muerden entre sí, un león con su cría, una extraña figura humana que sostiene una cabeza, un hombre acurrucado, una gran piña, una lechuza, un híbrido humano con cuerpo de águila y varias imágenes grotescas u obscenas.
Los muros del presbiterio debieron construirse en línea continua con el ábside. La cornisa está decorada con un ajedrezado. A la altura de la portada se alza la torre.
En el interior del templo se percibe la sobria serenidad del románico. Destacan la altura de la nave y su moderna cubierta de madera. Las ménsulas que sostienen la techumbre están decoradas con motivos geométricos y vegetales.
El arco triunfal, de medio punto, se apoya en columnas con capiteles historiados de notable factura. En el capitel izquierdo se representa la cabeza de un hombre en la parte superior de la cesta, que sujeta con sus manos las colas de dos leones como si fueran las riendas. En el capitel derecho hay una figura central de pie, vestida con túnica de pliegues, que agarra a dos grifos.
Al atravesar el arco triunfal se accede al ábside, cubierto por una bóveda de horno. Del presbiterio parten dos impostas: una pasa por encima de las ventanas y otra por debajo. La superior, apoyada en canecillos interiores trabajados con esmero, resulta sorprendente y muy original.
Las ventanas del interior tienen arcos de medio punto decorados con arquivoltas ajedrezadas. Los fustes son lisos y los capiteles, historiados, se muestran ricamente elaborados.
San Andrés es un edificio sencillo y sobrio, aunque con una singular riqueza escultórica. La imaginería de sus capiteles y canecillos está trabajada con maestría, transportándonos al universo del bestiario, a la iconografía erótica grotesca y al simbolismo del pecado y del perdón.
El edificio, por otra parte, tiene añadidos posteriores, como la torre, la sacristía y una galería porticada al mediodía.
En un edificio anexo se conserva una interesante colección de cubiertas de sarcófagos, que se cree pertenecieron a antiguos abades.
Juan Pisuerga
PARA MÁS INFORMACIÓN, CONSULTAR
1-Campuzano Enrique y Fernando Zamanillo, Cantabria artística: Arte religioso. Ed. Estudio, 1980.
2. García Guinea. M.A. Románico en Cantabria. Ed. Estudio. 1989
3- González, Camino y Aguirre. Cantabria artística 1930.
4-Herbosa. Estudios montañeses.
5. Martínez Díez, 1981