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La crisis integral y, sobre todo, cultural que atraviesa España tiene una única ventaja: es visible y evidente para las personas mayores de cuarenta o cincuenta años. Quienes están por debajo de esa edad no son conscientes de ello, ya que lo desconocen y no han sido instruidos en ese sentido.

Aunque no soy un experto en el campo de la enseñanza, he sido testigo del deterioro de la educación, la cultura, la urbanidad y el saber en nuestro país. En los últimos cuarenta años, hemos dejado de lado los valores inculcados por generaciones anteriores y hemos olvidado muchos recursos que hoy serían imprescindibles para afrontar los tiempos decisivos que se avecinan.

Los maestros y profesores tienen una parte de la culpa de esta pérdida de conocimientos y valores, así como del miedo al rigor intelectual que padece nuestro país, aunque a nadie le guste oírlo. La labor docente va más allá de la mera explicación de una asignatura. Los educadores tienen la obligación de contribuir a la formación integral de los alumnos. Deben fomentar sus conocimientos, sus habilidades sociales, incluida la retórica y, si se me apura, sus emociones, aportando un método científico a la pedagogía que les enseñe a pensar con espíritu crítico.

Para ser maestro se precisa vocación, pasión y compromiso con la enseñanza. Además de una buena formación inicial, es imprescindible una instrucción continua para actualizar conocimientos y mejorar las prácticas pedagógicas, sobre todo hoy con las nuevas herramientas informáticas.

El magisterio, entendido como profesión docente, juega un papel fundamental en la sociedad, siendo la base del sistema educativo y el responsable de la formación de las futuras generaciones. Es necesario que la sociedad y los gobiernos reconozcan la importancia de los profesores. Deben valorar su labor, para lo cual es necesario mejorar sus conocimientos científicos, sus condiciones laborales y económicas, y aumentar su prestigio social.

Durante el reinado de Alfonso XIII, se crearon las Escuelas de Magisterio para formar maestros con conocimientos pedagógicos y culturales útiles para la enseñanza primaria. En pocos años, se consiguió mejorar la calidad de la enseñanza y se introdujeron nuevas metodologías pedagógicas. Aumentó el número de escuelas y maestros, y un mayor número de alumnos pudo acceder a la educación primaria, aunque hubo que apoyarse en la gratuidad de la Iglesia, pero la sociedad se benefició de ello.

En la Segunda República, hubo un cierto interés por la enseñanza primaria. Se continuó con la idea borbónica de una escuela pública, gratuita, obligatoria y, a partir de ese momento, laica, como estableció la Constitución no pactada de 1931. En su articulado se decía que la educación era obligatoria para los niños de 6 a 14 años, pero no se cumplió. Como se suprimió la enseñanza religiosa, se crearon las llamadas Misiones Pedagógicas para llevar la educación a las zonas rurales, con evidente fracaso.

El profesor Sainz Rodríguez fue el gran organizador del bachillerato en la época franquista, ahora tan criticada porque, según algunos, hubo un adoctrinamiento de los estudiantes en los valores del nacionalcatolicismo, eliminando la libertad de cátedra y controlando el contenido educativo con la ideología del régimen. Yo fui a un colegio católico y no tuve ninguna asignatura de perfil político, aunque efectivamente una de religión. Por otra parte, el bachillerato que ofrecían los institutos públicos era mejor y más exigente, e impartían las asignaturas catedráticos por oposición. De cualquier forma, las asignaturas aprobadas se tenían que estudiar y conocer para poder pasar de curso. Era el esfuerzo individual con el que podíamos sacar adelante los cursos. Luego había filtros a nivel nacional como la reválida de cuarto y el duro preuniversitario para acceder a una carrera universitaria.

Se crearon diez universidades laborales y las escuelas de artes y oficios, pero tampoco podías obtener un título sin conocer el oficio en profundidad.

España ha destruido un sistema educativo que, desde el inicio de la sociedad moderna, ha sido un método de promoción personal por méritos. Con ello, se llegó a crear una sociedad seria, justa, competente y moderna.

Ahora, algunos «cainitas» españoles introducen en las escuelas un lodazal soez donde la virtud y el rigor son palabras impronunciables.

En los últimos veinticinco años, se han implementado métodos académicos que han fracasado en otros países. No obstante, se han mantenido por la defensa de intereses mezquinos de algunos profesores y por las desatinadas demandas de alumnos, sindicatos y padres que exigen buenos resultados para sus hijos sin que prevalezca el esfuerzo. Hoy en día, muchas familias y la mayor parte de la sociedad saben que la enseñanza ha fracasado, pero al mismo tiempo desautorizan y devalúan la autoridad del magisterio.

 

Juan Pisuerga