El nacimiento de la Resistencia en el Norte peninsular: Asturias y la Marca Hispánica.
Si bien la batalla de Covadonga carece de confirmación documental explícita, los cronistas árabes no la mencionan con relevancia, al igual que la Crónica mozárabe de 754, las evidencias arqueológicas halladas en el valle del Güeña sugieren un enfrentamiento real. Más allá de cifras de combatientes probablemente exageradas, se constata una derrota de los islamitas y la muerte de su líder, Alqama. A pesar de las dudas de algunos historiadores, este suceso marcó el inicio de la resistencia contra el dominio musulmán en el noroeste peninsular.
El profesor Sánchez de Albornoz sitúa este crucial encuentro el 28 de mayo de 722.
Pelayo, victorioso en Covadonga, fue aclamado prínceps por sus hombres. Este reconocimiento lo erigió como un caudillo, aunque carente de autoridad real. Creó a su alrededor un grupo de guerreros fieles que constituirán en el futuro el germen social del reino asturiano. La designación como caudillo era una tradición entre los pueblos del norte peninsular, forjados en la lucha contra romanos y visigodos, y ahora enfrentados a los musulmanes. Bajo su liderazgo, Pelayo estableció alianzas precarias con cántabros, astures, caristios, autrigones y gallegos. Tras su muerte en 737, su hijo Favila le sucedió como príncipe, aunque su reinado fue breve al fallecer en un accidente de caza.
Un punto de inflexión se produjo con la llegada de Alfonso, hijo del duque Pedro de Cantabria, a Cangas de Onís para contraer matrimonio con Ermesinda, hija de Pelayo.
Las tierras de la ribera del alto Ebro, pertenecientes a la provincia romana tarraconense y bajo la influencia del convento cluniense, también eran reclamadas por el ducado de Cantabria, con sede en Amaya, y por el convento de Cesaraugusta, radicado en Saracusa. Desde la perspectiva del derecho romano, pertenecían al convento cluniense, mientras que el derecho germánico las vinculaba a la provincia visigoda de Vasconia. La invasión musulmana atrajo a los islamistas hacia estas ricas comarcas, provocando la huida de sus habitantes hacia la Transmiera o su permanencia bajo el pago de elevados tributos.
En la Galia, los reyes merovingios observaban con preocupación el avance de un ejército oriental que había conquistado el norte de África. Su inquietud creció al constatar cómo, en poco tiempo, un contingente reducido pero impulsado por una fervorosa y desconocida fe había doblegado al ejército visigodo y se había adueñado de gran parte de la península. Los musulmanes consolidaron su presencia conquistando la Septimania y estableciendo su base en Narbona. A pesar de sufrir una derrota en Tolosa, su capacidad de expansión se mantuvo intacta.
El general musulmán Al Gafiqy, con la poderosa fuerza de sus tropas, cruzó los Pirineos y se internó en las Galias, donde fue derrotado en Poitiers por Carlos Martel en 732. Los historiadores otorgan a esta victoria una enorme trascendencia política, ya que permitió a Europa preservar su legado cultural grecolatino y su derivación cristiana, en contraste con el Imperio de Oriente, donde las ideas musulmanas ganaban terreno.
Carlos Martel legó su poder a su hijo Pipino el Breve, cuyo primogénito, Carlos, sería proclamado emperador por el papa León III, adoptando el nombre de Carlomagno.
Con el objetivo de prevenir conflictos con los islamistas, Carlomagno estableció en 795 una franja político-militar en el sur de las Galias. Inicialmente, dispuso una serie de fortalezas en Aquitania y Septimania, para luego extender esta línea defensiva al sur de los Pirineos, creando una barrera contra el poderío musulmán. Este espacio de protección, en la antigua Tarraconense, se organizó bajo una estructura social, militar y feudal, con condes francos o hispano-godos leales a Carlomagno al frente de cada feudo. Así se instauró la Marca Hispánica: un conjunto de condados en Aragón, Navarra y Cataluña bajo la autoridad del reino carolingio. No obstante, algunos historiadores cuestionan el papel directo de Carlomagno en la creación de la marca, sugiriendo que el emperador aprovechó estructuras territoriales preexistentes desde la época visigoda, nombrando condes de su confianza para gobernarlas.
Carlomagno otorgó mayor poder militar a los condados de Pamplona, Urgel, Gerona y Barcelona, puntos estratégicos para el acceso a las Galias.
Con el tiempo, el condado de Barcelona emergió como el más influyente de la Marca Hispánica, absorbiendo progresivamente a los demás hasta consolidarse como la ciudad condal por excelencia.
En la época de la formación de la Marca Hispánica, el emirato musulmán estaba bajo el gobierno de Abderramán I, quien había unificado bajo su mando a árabes, sirios, bereberes y muladíes de la península. Abderramán I se caracterizaba por su rigor, orgullo y temple, pero también por su vehemencia e implacabilidad. Perteneciente al linaje omeya de la tribu coraixita y descendiente directo de la familia del profeta, se había autoproclamado emir en Córdoba, rompiendo así sus lazos con el califato de Bagdad.
Juan Pisuerga.
PARA MÁS INFORMACIÓN:
- Iradiel, Paulino; Moreta, Salustiano (1989). Historia medieval de la España cristiana. Ed. Cátedra.
- García de Cortázar y Ruiz de Aguirre, José Ángel. (2014). Manual de historia medieval.
- Jackson, Gabriel, Introducción a la España medieval, Alianza, Madrid, 1996.
- Ladero Quesada, Miguel Ángel (2014). La formación medieval de España.
- Menéndez Pidal. Historia de España. Espasa Calpe.
- Valdeón Baruque, Julio (2006). Historia de la España medieval.