LOS PRIMEROS COLONOS MONTAÑESES Y EL AL-ÁNDALUS.
La unión de Alfonso I, hijo del duque Pedro, con la hija de Pelayo en Cangas de Onís forjó la unión entre los habitantes de toda la franja cantábrica, desde Vizcaya hasta Finisterre.
Sánchez Albornoz documenta que, en el año 740, tras el abandono de Galicia y la Meseta norte por parte de los bereberes, Alfonso I y su hermano Fruela llevaron a cabo dos expediciones de saqueo por el sur y sureste del reino. Alfonso, al despoblar la meseta septentrional, provocó la desaparición de la explotación agrícola y, con ella, el suministro que ofrecían los fértiles campos góticos.
En el 755, en plena contienda entre árabes y bereberes, Abderramán llegó a Hispania. El omeya consolidó su dominio sobre al-Ándalus por la vía militar, demostrando su valentía, capacidad estratégica y decisión en la crucial batalla de Al-Musara. Para afianzar su autoridad, Abderramán logró la sumisión y obediencia de distintos grupos, combinando la política con la diplomacia.
Una vez consolidado en el emirato, Abderramán dio la mayoría de los cargos públicos en al-Ándalus a sus parientes omeyas. Estableció un poderoso ejército de 30 000 mercenarios y organizó el territorio en provincias administradas por valíes y custodiadas por jefes militares.
En el 756, se autoproclamó emir independiente y envió a su liberto Badr al mando de un ejército contra el incipiente núcleo cristiano del norte. Su ejército devastó las tierras de Álava y los valles del alto Ebro. Antes de regresar a Córdoba, fortificó los puntos estratégicos con torres defensivas y dejó guarniciones para mantener el control territorial y vigilar las calzadas romanas.
Entre los años 778 y 779, Abderramán conquistó Cesaraugusta y Pompaelo. En el 782, estableció los límites septentrionales del emirato, creando la Marca Norte con capital en Saracusa. Era una simple división territorial con una clara función militar de control y defensa del territorio.
Las derrotas sufridas por sus predecesores en las Galias obligaron a Abderramán a aumentar los impuestos, que recayeron principalmente sobre mozárabes, muladíes y judíos. Esta presión fiscal generó revueltas y sublevaciones que, paradójicamente, otorgaron una cierta estabilidad al reino de Asturias.
En el 788, Hisem, hijo de Abderramán y una hispano-goda, ascendió al emirato. Su reinado estuvo marcado por tormentosos enfrentamientos dinásticos, una circunstancia clave que facilitó la expansión territorial del reino cristiano de Asturias y de los núcleos pirenaicos. Una vez afianzado en el trono, intentó frenar el movimiento expansionista del norte enviando un ejército al mando de Abd el Malik a Pamplona en el 790.
En el 794, Hishem envió dos ejércitos más, esta vez bajo el mando de los hermanos Abd el Karim y Abd el Malik. El primero asoló las tierras de al-Qila, mientras que el segundo, dirigido por Abd al-Malik, se encaminó a Oviedo, saqueando una ciudad abandonada. Fue un momento crítico para el reino astur, pero en el camino de regreso, el rey Casto les tendió una emboscada en un lugar conocido como Los Lutos, donde la mayoría de los musulmanes perdieron la vida.
En el 796, Al Hakhan I heredó el emirato. En su primer año, organizó un numeroso ejército que, tras someter a una sublevada Calahorra, avanzó por el alto Ebro devastando las Vardulias. Se desvió hacia el norte, llegando cerca de la costa, pero tuvo que detenerse debido a la inestable situación política en Córdoba. Habían estallado nuevas rebeliones de muladíes, judíos, eslavos y mozárabes, impulsadas tanto por la intransigencia religiosa del emir como por la creciente presión fiscal.
Según Pérez de Urbel, la primera fundación documentada fuera del macizo cantábrico se remonta al año 759. Fue el rey Fruela I quien fundó el monasterio de San Miguel de Pedroso dirigido por la abadesa Nonna Bella y 28 religiosas cerca de Belorado, en el valle del río Tirón. Esta comarca, alejada de la corte, pero resguardada por los montes Obarenes, no era un territorio hostil, como lo demuestra la asistencia del rey y el obispo Valentín a su inauguración. Es probable que estuviera habitada por hispanogodos que no se habrían retirado a las montañas del norte. Este monasterio femenino mantuvo una actividad religiosa ininterrumpida durante años gracias a la incorporación de mujeres mozárabes que huían de los Banu Casin.
En el 760, comenzaron las fundaciones eclesiásticas en los despoblados valles del interior de Cantabria, que entonces estaban prácticamente deshabitados.
A principios del siglo IX, la Trasmiera y las tierras del curso alto del Ebro estaban bajo el gobierno del conde Gudesindo. Su sede familiar se encontraba en el centro de Cantabria, y poseía varias propiedades en las Asturias de Santillana y en las Vardulias. Su influencia se extendía desde la costa hasta los valles del sur de la cordillera.
En el 791, Alfonso II es proclamado rey y se dedicó durante los primeros años a fortalecer el reino.
Bajo el rey Casto, la repoblación cobró un nuevo impulso. Los montañeses iniciaron una emigración hacia el interior de los valles de Cantabria, Asturias y Vizcaya en busca de caza y tierras de cultivo para su sustento. La construcción de iglesias facilitó que en sus alrededores se levantaran viviendas, que con el tiempo se convertirían en núcleos poblacionales. Como explica Sánchez Albornoz, está comprobado que en el valle de Soba y en las riberas bajas del Asón hubo una parcelación y distribución de tierras.
El conde Gudesindo fue uno de los primeros nobles repobladores, junto con sus hermanos: la abadesa Guidigia, el abad Sisnando y el obispo Quintilla. En el 811, fundaron el Monasterio de San Vicente de Fistoles en Cayón, en presencia del rey, tal como detalla el profesor Martínez Díez. En la Alta Edad Media, era común que miembros de una familia noble ocuparan círculos de poder, tanto seculares como religiosos. Esta estrategia permitía consolidar y controlar vastos territorios y recursos, asegurando así la pervivencia de sus linajes a través de su influencia. Los monasterios, en particular, solían ser fundados y dotados por estas familias, convirtiéndose en centros neurálgicos de su autoridad o señorío.
En el 816, el conde Gudesindo eligió el monasterio de Fistoles para su sepultura y lo enriqueció con donaciones de tierras en Espinosa de los Monteros, Bricia, Villarcayo y Sotoscueva. Esto sugiere que ya existían colonos asentados en esas tierras o que sus habitantes no se habían retirado a la montaña y estaban bajo la autoridad del reino astur.
La abadía de Fistoles llegó a ser un extenso e importante enclave social y religioso que abarcaba las comarcas del Pas, Miera y Pisueña. En el 820, el conde Gudesindo y el obispo Quintilla realizaron nuevas donaciones para seguir enriqueciendo el monasterio.
Juan Pisuerga.
PARA MÁS INFORMACIÓN.
- Martínez Díez, Gonzalo (2005). El Condado de Castilla, 711-1038: la historia frente a la leyenda.
- Iglesia Aparicio, Javier (2016). «Historia del Condado de Castilla, La Fortaleza de Tedeja».
- Valdeón Baruque, J. Historia Medieval. Universidad de Valladolid.
- Menéndez Pidal, R. Historia de España. Espasa Calpe, 1974.
- Pérez de Urbel, Fray Justo. El Condado de Castilla. 1975.
- Sánchez Albornoz, Claudio. Historia del Reino de Asturias. Buenos Aires, 1972.
- González Goñi, Silvia. «Apuntes sobre el habla de la Merindad de Sotoscueva (Burgos)».