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Desde hace años, las redes sociales han irrumpido con fuerza en nuestra sociedad, y ahora, con la inteligencia artificial, lo hacen de forma aún más significativa. Han cambiado drásticamente la manera en que consumimos y compartimos información. Un simple mensaje o noticia puede volverse viral en minutos, alcanzando a millones de personas. Es un poder enorme, capaz de movilizar a la gente para campañas de concienciación o para difundir información de manera instantánea.

Las redes sociales también tienen el poder de moldear nuestra percepción de la realidad. Las tendencias, los hashtags y los mensajes de los influencers pueden influir en las decisiones de voto, en el comportamiento de los consumidores y en la opinión pública sobre cualquier tema.

Aunque son un canal para información útil, también son el vehículo perfecto para la desinformación y las noticias falsas. Sus algoritmos, diseñados para mantenernos enganchados, a menudo crean “burbujas de filtro” donde solo vemos un contenido que refuerza nuestras propias creencias, lo que a menudo lleva a una mayor polarización.

Inicialmente, las redes son una buena herramienta, pero pueden ser utilizadas como un arma por personas o grupos con una intención específica. Su impacto social depende de cómo se usen: pueden exponer una injusticia o sembrar el caos. A diferencia de hace años, cuando la información estaba controlada por los medios de comunicación tradicionales, las redes sociales han democratizado la capacidad de compartir información, permitiendo que voces marginadas o alternativas sean escuchadas.

Más que un arma, las redes sociales son un poderoso catalizador. Tienen el potencial de difundir una buena noticia, una alerta social o información vital, pero de la misma forma, pueden sembrar desinformación. Su verdadero impacto reside en su uso.

En los últimos años, se ha popularizado en el ámbito político español el término «máquina del fango» para referirse a la estrategia de difamación sistemática y fabricación de noticias falsas con el fin de desacreditar a los oponentes. La frase se le atribuye al periodista italiano Giuseppe D’Avanzo.

Umberto Eco, además de novelista, fue un destacado filósofo y semiólogo y profesor universitario, que escribió extensamente sobre la manipulación de la información. En obras como “El péndulo de Foucault”, explora cómo se crean narrativas falsas y sistemas de desinformación para dar sentido a la irrealidad, mientras en “El nombre de la rosa”, la manipulación de la información sirve para ocultar la verdad.

En su última novela, “Número cero”, un grupo de miembros de los medios de Comunicación contratan a un periodista fracasado, Colonna, para un nuevo diario llamado Domani. El periódico nunca se publicará; su única función es ser una herramienta de chantaje para sus dueños. El periodista fabrica noticias y teorías conspirativas reales o no para extorsionar a figuras de poder, de la política o de la judicatura. Si no tenían nada que ocultar, si no había nada «sucio», simplemente el periodista se inventaba una noticia falsa. Un chantaje en toda regla para inquietar a la sociedad y crear desconfianza. Eco, en esta novela, explora las “fábricas de noticias” y cómo la desinformación puede crear una realidad paralela con el único objetivo de manipular y extorsionar a políticos, empresarios y jueces.

La novela es una crítica satírica al periodismo sensacionalista y a la creación deliberada de noticias falsas.

Esta forma de hacer política no es nueva. Fue llevada a cabo con éxito en la Comunidad Valenciana hace unos años, apoyada por medios de comunicación nacionales. «Hundieron en el fango” a políticos que habían logrado que su comunidad fuera rica y próspera. Estos medios lograron que el gobierno cayera en manos de dirigentes afines a ellos, menos preparados, y que han dejado una dolorosa huella económica y social Publicaron asuntos insinuantes de corrupción sin pruebas sólidas, basándose, por ejemplo, en el regalo de unos trajes le sirvieron para de difundir asuntos privados.

Una táctica infame. La «máquina del fango» no se limitó a dañar la reputación de un político por unos trajes, sino que continuó escribiendo falsedades. En lugar de demostrar las acusaciones, se esperaba que el perjudicado tuviera que demostrar que no eran verdad. ¡Quince años después, el juez ha dictaminado que no hubo delito! Y ahora, después de tanto sufrimiento, ¿quién y cómo se lo paga? Un despropósito más.

Este perverso mecanismo se copió de Italia. Umberto Eco contó en una entrevista con El Mundo un caso real: fotografiaban a un juez todos los días para desacreditarlo. Al final, lo retrataron fumando en una cafetería con calcetines de colores chillones, y escribieron que era «un ser un poco raro».

A la política han llegado personas poco instruidas, sin moralidad; simplemente indeseables que ante la falta de ideas y de proyecto tienen que ampararse en este tipo de políticas.

En resumen, la «máquina del fango» es una táctica de comunicación que busca deslegitimar al adversario mediante el desprestigio, la insidia y la difusión de información falsa o dudosa, con el fin de generar desconfianza en la sociedad.

Juan Pisuerga