En la actualidad, la medicina en España goza de un gran prestigio tanto a nivel nacional como internacional. Nuestro país cuenta con un excelente sistema de salud pública que garantiza el acceso a la atención médica a todos los ciudadanos.
Las universidades y los hospitales españoles ofrecen excelentes programas de medicina, que combinan teoría y práctica. La formación se basa en seis años de estudios universitarios teóricos y cuatro o cinco años de práctica diaria bajo el sistema de médicos internos y residentes, conocido como MIR. Los médicos españoles están muy valorados a nivel internacional y los centros de salud españoles cuentan con equipamiento de última generación, de tecnología avanzada y costosa.
Ahora bien, analicemos aspectos internos de la formación médica. Hace treinta o cuarenta años, se entraba a la facultad de medicina por vocación, por el deseo de ser médico. Las aulas de primer año eran enormes y con muchos alumnos. Ya en ese año había un primer filtro: tenías que aprobar todas las asignaturas para pasar al segundo curso. En tercero había otro corte con asignaturas más duras, y para pasar a cuarto curso, debías tener todo aprobado. Una vez terminado sexto, había un examen opcional que se llamaba de licenciatura. Un tribunal de profesores te examinaba de todas las asignaturas. Más tarde, tenías acceso a un nuevo examen nacional para entrar en el programa MIR, que no todos aprobaban. Incluso tenías que sacar una nota determinada para acceder a un buen hospital y a la especialidad que te gustaba. Allí pasabas cuatro o cinco años trabajando bajo el control de médicos de plantilla. Al terminar, para ser parte de los llamados médicos de hospital, tenías que superar otro examen a nivel nacional.
Ahora todo ha cambiado. Con un simple decreto ley, el Estado bloqueó la libertad individual. ¡Una barbaridad! Para estudiar medicina, necesitas aun sin madurar tener buenas notas en el instituto y superar de manera sobresaliente el examen de acceso a la universidad. Aquí hay un grave problema: no se accede a la carrera por vocación, sino por interés, por la casi certeza de la colocación final o porque hay enormes posibilidades de trasladarte a otro país con buena posición y un sueldo mejor.
La nota de corte para medicina hoy en día es muy alta, lo que permite la entrada de jóvenes con buenas calificaciones, pero con poca vocación, y eso se nota en el trabajo diario. Es decir, un estudiante inmaduro tiene que ser muy bueno académicamente, pero sin la vocación de servicio que requiere la sanidad. ¡Un absurdo! Uno de los mayores expertos en trasplantes renales del mundo, que trabajaba en la Clínica Mayo de Arizona, fue compañero mío de colegio y de facultad, al igual que un catedrático de Cirugía de una universidad muy reconocida en España. Los dos en el colegio eran de los últimos de la clase; sin embargo, en la facultad y en su trabajo diario fueron dos personas extraordinarias.
Por otra parte, cada facultad de medicina tiene un número limitado de plazas disponibles para nuevos estudiantes. Un número que deciden la universidad y las autoridades educativas de cada autonomía. De esta forma, si muchos jóvenes quieren estudiar medicina, la nota de corte será más alta y habrá menos plazas disponibles. En general, se admite una media de 80 a 100 alumnos por curso y universidad, pero hay que tener en cuenta que no todos los estudiantes terminan la carrera. Una vez que superan los seis años de facultad, dedican un año entero a aprender las 10,000 preguntas del examen MIR. Superado el examen, están cinco años dedicados a la especialidad.
Hay otro problema adicional que es muy cómodo para el estudiante, pero malo para la sanidad: lo que llamo endogamia del conocimiento. Esto sucede cuando un alumno hace el bachillerato, la carrera de medicina y la formación MIR, e incluso se queda en un hospital en su ciudad natal sin conocer otras escuelas. Un grave error.
La medicina es un oficio que por su filosofía debe ser abnegado, y eso se está perdiendo. Por ejemplo, las guardias de especialidad están cubiertas por residentes. Hoy en día es muy difícil que un médico de plantilla resuelva un problema normal de guardia, salvo en casos de extrema gravedad, o que esté presente, aunque sea su obligación.
Algunas especialidades médicas, como la medicina familiar, tienen menos demanda entre los médicos jóvenes, lo que apoya mi teoría de la falta de vocaciones. Hay grandes dificultades para cubrir plazas de médicos en ciertas especialidades o en zonas rurales de España. Llegan a ellas algunos de los qué no han podido superar el examen MIR.
Los médicos que nos formamos en las décadas de 1970 y 1980 estamos jubilados o a punto de jubilarnos, lo que significa que se necesitarán profesionales para reemplazarnos. Para asegurar que nuestro país tenga acceso a una buena atención médica, es necesario e incluso obligatorio que se formen más médicos, lo que implica que hay que aumentar el número de plazas en las universidades.
Si no se aumenta el número de alumnos en las facultades de medicina van a faltar médicos. Sospecho, por lo que me han transmitido funcionarios del ministerio, que la idea es traer médicos especialistas de Hispanoamérica, y de hecho ya están llegando. Sin embargo, sus conocimientos no son los mismos que la formación que se adquiere en nuestro país.
Hoy en día y según los datos del Ministerio, en España hay un déficit de entre 30,000 y 50,000 médicos, y de unas 100,000 enfermeras. Los próximos años serán peores. Si esto sigue así, las listas de espera aumentarán, con una carga de trabajo excesiva y salarios muy limitados que solo se mantienen hoy a base de horas de guardia. Esto puede influir en la decisión de los jóvenes de trabajar en otro país.
Hay un problema adicional que será más acuciante con el paso de los años: España se está quedando sin jóvenes. La demografía española baja cada año.
Ah, y no se olviden: si no hay medicina pública, tampoco habrá privada, porque ambas se autoalimentan.
Juan Pisuerga