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La polarización política en los países occidentales está siendo impulsada por aquellos que quieren que fracase la democracia. A finales del siglo pasado parecía que los acontecimientos que tenían lugar en Estados Unidos llegaban a España quince años más tarde. Los medios de comunicación y las redes sociales han hecho que los desgarros sociales de los Estados Unidos nos alcancen con rapidez.

La influencia de la política norteamericana está socavando dos aspectos esenciales de la sociedad europea: La educación pública y la polarización política. Ambas se han hecho visibles de manera notable en estos últimos años.

En los países occidentales se puede comprobar cómo entre los votantes de una u otra facción hay hoy una distancia mucho mayor que hace años y evidencia hasta qué punto la opinión pública y la publicada se dividen en dos extremos opuestos, dando lugar a posiciones irreconciliables. Esto se comprueba a diario en artículos y editoriales de los medios de comunicación y entre los ensayistas y sociólogos. Aunque hay que diferenciar entre la polarización de los partidos y la de los votantes, desgraciadamente van íntimamente unidas y no ha surgido de la noche a la mañana, sino que es el resultado de una compleja interacción de factores históricos, sociales, económicos, culturales y personales.

 En estos últimos años ha tenido lugar una enorme erosión de las instituciones que ha dado lugar a una profunda desconfianza. Los escándalos políticos, la corrupción, la malversación y la falta de transparencia han minado la confianza de los ciudadanos que adoptan posturas extremas, culpándose unos a otros.

La impresión es que los políticos y gobiernos no trabajan ni actúan para el interés público, aunque se les llene la boca cuando lo dicen, sino para el personal.

Hace varios años han irrumpido con fuerza en la sociedad española políticas identitarias de grupos trasnochados que, basados en etnias desaparecidas, comarcas o nacionalidad, se atrincheran en cámaras con sonidos de eco disforme, dificultando o bloqueando el entendimiento y la tolerancia.

Los medios de comunicación televisivos, radiofónicos, digitales o los tradicionales de soporte de papel, conocidos como el cuarto poder, están ayudando a la polarización. La proliferación de medios sensacionalistas y sobre todo partidistas apoyando a sus benefactores y demonizando a los contrarios es un descalabro democrático. Un fracaso que va unido a la falta de ventas de periódicos y a la necesidad de conseguir anuncios gubernamentales o de empresas poderosas participadas por el gobierno para subsistir.

Para los grandes pensadores griegos, la política estaba ligada a la ideología. Es decir, un conjunto de pensamientos, creencias, conceptos y valores compartidos por un grupo de individuos. Abarca aspectos tan amplios como la economía, la justicia, la educación, la gobernanza o las relaciones entre el poder y la sociedad.    La política se basa en la defensa de esos valores. Incluso los que abogan por una postura «apolítica» o «neutral» adoptan su posición ideológica al rechazar las estructuras de poder existentes y defender su forma de no aceptar los hechos.

Sin una base ideológica, la capacidad para articular y defender los intereses de los representados es ineficaz o inútil. De otra forma, un partido sin ideología carece de un marco coherente para articular propuestas concretas y abordar los problemas sociales. Su política tenderá a ser simple, fugaz, oportunista y carente de objetivos a largo plazo o incluso de manera puntual ocurrente. Pero no consistente. La ausencia de ideas crea un vacío que facilita la manipulación del electorado por líderes populistas o demagogos que apelan a emociones o resentimientos, pero no pueden ofrecer soluciones viables ni planes concretos.

La ideología proporciona un marco adecuado para gobernar un país aplicando su doctrina a la cosa pública.    Los partidos políticos se basan en una ideología y son los representantes de ese movimiento. Ahora bien, como se comprueba cada día, la relación entre ideología y política no es tan simple como se piensa. A veces surge de repente una coyuntura específica y es necesario acometerla con pragmatismo, pero hay con más frecuencia de la deseada intereses personales desmedidos o inadecuados que están fuera de la ideología.

Las ideologías no son estáticas y pueden evolucionar con el tiempo, pero hay personalidades que actúan así permanentemente. Modifican su forma de pensar con arreglo a la necesidad del momento y aferrándose al mando y a la autoridad con abuso de poder o con permanentes engaños. No tienen una ideología determinada solo para su conveniencia.

En un partido sin ideología, la toma de decisiones y la construcción de consensos es muy difícil, pues la falta de ideas dificulta el debate constructivo. De hecho, se crean debates inútiles. Los populistas se hacen con un espacio social que niegan al adversario, aunque el asunto a discutir sea transversal. Es decir, cuando no hay una ideología inteligente, seria y profunda, se buscan conflictos innecesarios para mantener crispada a la sociedad con debates estériles.  

La política implica la defensa de ideas y valores, y la ausencia de una base ideológica produce incoherencia, ineficacia y manipulación.

En un sistema democrático, la competencia entre partidos con diversas ideologías es fundamental para garantizar la representación de la sociedad y el debate público, pero es peligroso crear muros o barreras que distancien a la sociedad.

La polarización dificulta el funcionamiento efectivo de la democracia. El debate se vuelve hostil, menos productivo y no puede haber consenso cuando no hay ideas. Solo acaloradas discusiones, que afectan a la estabilidad. El distanciamiento de la población puede conducir a la discriminación, la violencia y al conflicto social. Lo que estamos viendo estos años a diputados y ministros voceando y gesticulando en el congreso como si fueran niños maleducados es un bochorno y una barbaridad disparatada.

 Juan Pisuerga