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La leyenda de las mujeres de San Esteban de Gormaz es parte del patrimonio cultural de esta comarca soriana, una historia transmitida por generaciones. Antiguamente, formaba parte de los milagros de la Virgen del Rivero, relatados por el arcipreste Juan. Es un relato épico que describe el valor y el ingenio de las mujeres de San Esteban.

Existen varias versiones, unas más detalladas que otras. Un relato cuenta que las mujeres disfrazaron a los niños con armaduras de hombres para que parecieran soldados e intimidaran a los moros, obligándolos a huir. Otra versión describe cómo utilizaron su profundo conocimiento de los arrabales y la villa para tender trampas y emboscadas.

En el siglo X y principios del XI, Castilla era un escenario constante de guerra. La frontera entre cristianos y musulmanes estaba marcada por el río Duero, y San Esteban era un punto estratégico para que los islamistas avanzaran hacia los reinos de León y Pamplona.

A principios del siglo X, la frontera castellana fue protegida por el conde Gonzalo Fernández, padre de Fernán González, así como por los condes de Burgos, Gutier Núñez y Nuño Fernández. En el año 932, Fernán González fue nombrado conde de Castilla por el rey de León, Ramiro II, unificando todos los condados. Le sucedió su hijo García Fernández, quien murió en una emboscada en 994, y luego su nieto Sancho García. Las leyendas de San Esteban se sitúan precisamente durante los condados de García Fernández y Sancho García.

San Esteban y Vadocondes eran dos importantes puntos de entrada a los reinos cristianos, y San Esteban destacaba por su poderosa fortaleza y por la facilidad para vadear el Duero. Ambas poblaciones, al igual que Langa, cambiaban de manos a lo largo del tiempo, alternando entre el dominio cristiano y el musulmán.

La historia, que el profesor Menéndez Pidal documentó sin precisar fechas, comienza cuando los hombres de San Esteban de Gormaz marchan a la guerra, probablemente camino de Valdejunquera, dejando a mujeres, niños, ancianos y heridos en la villa. En su ausencia, los musulmanes de Vadocondes decidieron atacar para vengarse de previas humillaciones.

El alguacil, a cargo del pueblo, envió emisarios al conde de Castilla y propuso un acuerdo económico a los musulmanes, que no fue aceptado. Ante la inminente amenaza, las mujeres se dirigieron a la iglesia de la Virgen del Rivero. Allí, en el pórtico, lideradas por una mujer llamada Doña Urraca, tomaron la valiente decisión de defender la villa, jurando proteger a sus hijos y hogares.

Dirigidas por esta doña Urraca, se organizaron rápidamente para la defensa. Conocían cada rincón de la muralla y los arrabales, lo que les permitió preparar una serie de trampas: colocaron estacas puntiagudas y maderas punzantes, ocultas entre matorrales, cavaron zanjas llenas de agua y barro que cubrieron de hojas. Además, encendieron tásmaras húmedas para crear una densa cortina de humo que dificultara la visión del enemigo.

Vestidas con corazas y cascos para parecer hombres, se armaron con lo que tenían a mano: arcos, flechas, lanzas y espadas. Abrieron las puertas de la muralla, ocultándose en las esquinas y huecos del interior, mientras cerraban puertas y ventanas de sus casas.

Los jinetes musulmanes llegaron a la villa, sorprendidos de no encontrar a nadie. El humo espeso les dificultaba la visión y, sin saberlo, cayeron en las trampas. Algunos caballos se hirieron con las estacas, mientras que otros quedaron atrapados en las zanjas. Al ver las puertas abiertas, pensaron que la villa había sido abandonada.

Una vez en la plaza mayor, creyeron que la victoria era suya, pero las campanas de las iglesias repicaron a rebato. Las puertas y ventanas se abrieron, y de cada rincón surgieron las mujeres, vestidas de guerreros, gritando y atacando con hachas, lanzas y espadas. Aunque algunas cayeron, más y más «guerreros» aparecían, llenando las calles con gritos y flechas. Los invasores, creyendo que habían caído en una emboscada, se rindieron ante lo que consideraron una fuerza superior.

La leyenda celebra la valentía, la creatividad y el ingenio de estas mujeres que, a pesar de su desventaja física, lograron defender su pueblo. Al regresar los hombres de la guerra, encontraron una inscripción en la muralla, en color rojo como la sangre, que proclamaba:

 «LAS MUJERES DE SAN ESTEBAN TAMBIÉN SABEMOS COMBATIR Y MORIR

Juan Pisuerga

PARA MÁS INFORMACIÓN, CONSULTAR

1. Menéndez Pidal, R. Historias y leyendas castellanas. Espasa-Calpe, 1965.

2-Menéndez Pidal, R. Primera Crónica General. 1906. Boletín de la Sociedad de Excursiones