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Hannah Arendt es una de las figuras más influyentes del pensamiento del siglo XX. Sus ideas sobre la esencia del poder político, el totalitarismo y la condición humana han dejado una profunda huella en la filosofía.

Esta mujer, de nacimiento alemán, que se nacionalizó estadounidense, hizo de sus reflexiones sobre la condición humana un pilar del pensamiento contemporáneo.

En la segunda mitad del siglo XX, Arendt publicó el libro «De la mentira a la violencia», en el que analiza el inicio de la crisis cultural de la sociedad occidental, con un enfoque particular en Estados Unidos.

Anteriormente, había sentado las bases de su obra en lo que llamó «la banalidad del mal», basándose en los regímenes nazi y estalinista. Arendt identificó en estos sistemas una tendencia a destruir las instituciones tradicionales, a manipular la verdad y a controlar todos los aspectos de la vida de los ciudadanos.

Según ella, el mal o la mentira no siempre provienen de motivaciones ideológicas o malvadas, sino que pueden surgir de la conformidad, la obediencia ciega o la falta de pensamiento crítico.

La filósofa advirtió sobre los peligros de la sociedad moderna, que, en su opinión, nos está llevando hacia la mentira, la deslealtad, la burocratización y la polarización.

La expresión «banalidad de la mentira», aunque no tan conocida como su contraparte, invita a reflexionar sobre la naturaleza de la mentira y su impacto en nuestra vida y sociedad.

Al igual que el mal, la mentira puede ser cometida por personas sin motivaciones ideológicas. La banalidad de la mentira se refiere a la normalización de la falsedad en la vida diaria. Nos mienten por omisión, por conveniencia, por miedo o porque se ha vuelto tan habitual que ya no lo cuestionamos. Cuando se asume que mentir es normal, las consecuencias son desastrosas.

La política es una actividad esencial que nos permite vivir juntos y construir una sociedad libre, pero requiere de preceptos ineludibles. La ética debe ser el principio que sostiene la democracia, junto con el respeto a las ideas contrarias y una moral intrínseca que nos impulse a ser responsables de nuestros actos en el ámbito público y privado.

Los poderes del Estado tienen la obligación de actuar para el bien común, ya que tienen la capacidad de legislar, ejecutar y juzgar proyectos y actuaciones.

Según Arendt, quienes ostentan el poder pueden usar la mentira para manipular a los ciudadanos, a las instituciones, a los medios de comunicación e incluso, hoy en día, a las redes sociales.

Una sociedad basada en mentiras socava los cimientos de la confianza, un elemento esencial para cualquier relación humana. Si vivimos en una realidad construida sobre falsedades, perdemos el contacto con nuestra comunidad e incluso con nosotros mismos.

La mentira es un problema que entorpece nuestra sociedad y alcanza límites extremos cuando nos mentimos a nosotros mismos.

La banalidad de la mentira es evidente en diversos entornos. Por ejemplo, la desinformación o las «fake news» son herramientas muy utilizadas en la política. La mentira también surge en los medios de comunicación, que pueden distorsionar la verdad para conseguir audiencia por intereses comerciales o políticos. Incluso en el ámbito laboral, la mentira se puede usar para obtener ventajas o evitar conflictos.

A mediados del siglo XX, el filósofo alemán Jürgen Habermas, en su obra «Historia y crítica de la opinión pública», analizó la opinión pública con el fin de recuperar la visión democrática, diferenciando entre la opinión pública manipulada y la crítica. Según Habermas, la mentira entorpece y confunde cualquier proceso, sin importar su relevancia.

Combatir la mentira requiere un esfuerzo conjunto. Cada persona debe hacer un análisis personal para ser sincera en su día a día y así crear un ambiente de confianza. Debemos predicar con el ejemplo para demostrar que la verdad y la honradez son valores esenciales. Por otro lado, es crucial analizar la información que recibimos de forma objetiva, cuestionando las fuentes y verificando solo los hechos fiables, ya que la verdad es fundamental para tomar decisiones acertadas. Socialmente, es nuestra obligación explicar a las nuevas generaciones que la mentira conduce al desastre personal y social. Sería aconsejable incluir en los planes de estudio programas que fomenten el pensamiento crítico, la ética y la ciudadanía responsable.

La ética necesita una buena base educativa, enfocada en la virtud y en el apoyo a quienes se comprometen con la verdad y la objetividad. Los gobiernos deberían implementar medidas para eliminar las «fake news» en las plataformas digitales.

Es necesario crear foros y espacios donde se presenten hechos evidentes y se puedan expresar diferentes puntos de vista de manera respetuosa y constructiva.

También se debería exigir a los líderes políticos y a las instituciones públicas que sean transparentes en sus acciones y decisiones. En puestos clave de gobierno, es fundamental colocar a técnicos responsables, no a políticos sin conocimiento de lo que administran.

Juan Pisuerga