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La península en el limbo de su existencia.

El descubrimiento del yacimiento de Atapuerca reveló que la península ya estaba habitada en el Paleolítico. Este hallazgo de restos humanos ha permitido a los investigadores evaluar las distintas etapas de la protohistoria y comprender mejor la prehistoria de España.

Del Paleolítico Inferior, se han encontrado restos del “Homo antecessor”, que vivió hace unos 800.000 años a. C. En el Paleolítico Medio, hace 250.000 años, residió el “Homo heidelbergensis”, un antepasado de los neandertales. Por su parte, el “Homo neanderthalensis” existió hace 30.000 años y se caracterizó por el desarrollo de herramientas de piedra. En el Paleolítico Superior, hace 30.000 años, apareció el “Homo sapiens”, una especie de cazadores nómadas cuya era finalizó hace 12.000 años.

El Neolítico en la península corresponde a la verdadera Edad de Piedra, que los paleontólogos han dividido en tres períodos. El Neolítico inicial finaliza en el 7.000 a. C., y en él surgieron la agricultura y la ganadería. La población, asentada en cuevas, desarrolló las primeras herramientas de piedra pulida y una cerámica rudimentaria. El Neolítico Medio transcurre entre el 7.000 y el 5.000 a. C. Durante este período, aparecieron nuevas técnicas agropecuarias que diversificaron los cultivos y aumentaron la producción de alimentos. La cerámica se volvió más decorativa, y las sociedades se establecieron al aire libre en poblados más grandes y con una mayor organización social. Finalmente, el Neolítico Final tuvo lugar entre el 5.000 y el 3.000 a. C. En esta etapa, surgen los primeros objetos de metal, aunque la piedra continuó siendo el material principal. Se levantaron estructuras de piedra, conocidas como megalitos, entre las que destacan los menhires: piedras grandes, verticales y solitarias de función incierta, que se cree que pudieron ser límites territoriales o símbolos de fertilidad fálicos. Los Dólmenes: estructuras formadas por varias piedras verticales que sostienen losas horizontales, creando una especie de cámara. Se especula que se usaban como tumbas o lugares de ritual y culto.

La Edad de los Metales es el último período de la protohistoria. Durante esta época, la sociedad progresó hacia una mejor organización social y agrícola. El cobre fue el primer metal utilizado, entre el 5.000 y el 2.500 a. C., y con él se desarrollaron técnicas de fundición y forja para crear herramientas y objetos ornamentales. Entre el 2.500 y el 1.000 a. C., la aleación de cobre y estaño produjo un material más resistente, el bronce, con el que se mejoraron las herramientas y armas. La sociedad de este período se volvió más jerarquizada.

El período que se inicia alrededor del año 1200 a. C. se conoce como la Edad Antigua. En esta época, se desarrollaron civilizaciones más complejas. El hierro se convirtió en el material predominante para fabricar herramientas y armas más resistentes, lo que exigió técnicas metalúrgicas avanzadas.

Todo esto demuestra que, antes de la llegada de celtas, griegos y fenicios, la península ya albergaba a distintos grupos sociales. Estaba poblada por gentes de diversos orígenes, tanto del norte de África como del continente europeo, que se habían adaptado a los entornos de la meseta, las montañas y las costas.

Algunos paleógrafos sugieren la presencia de ligures en la franja cantábrica. Este pueblo protohistórico del Neolítico final, con dudosas raíces indoeuropeas, se estableció en Liguria, una comarca entre el noroeste de Italia y el sureste de Francia. Existe la hipótesis de que los vascos podrían tener un origen ligur, una teoría que sugiere que ya estaban asentados en el norte peninsular antes de la llegada de los celtas.

Los tartesios eran una etnia asentada en el sureste peninsular antes de la llegada de los fenicios. Se dice que comerciaban con el rey bíblico Salomón.

La primera oleada de celtas llegó a la península en el siglo IX a. C., desde el centro de Europa, atravesando los Pirineos. Se asentaron por la franja norte hasta Galicia y en la meseta septentrional. Eran expertos en la metalurgia del cobre y guerreros hábiles. Su llegada fue un proceso gradual de interacción y mestizaje que aportó su influencia cultural sin desplazar a las poblaciones preexistentes, dando lugar a una nueva identidad.

Los íberos, durante la Edad del Bronce, habitaban la costa mediterránea, el sur y la meseta meridional. Aunque se desconoce su origen, se cree que provenían de migraciones norteafricanas. Formaban tribus independientes con costumbres y tradiciones propias, con una lengua común. Eran agricultores, ganaderos, comerciantes y hábiles artesanos, y su sociedad era jerarquizada. La aristocracia ostentaba el poder político, militar y religioso, y rendía culto a divinidades de la naturaleza y a héroes guerreros.

El arte ibérico, que floreció en la península en el siglo VI a. C., es uno de los más originales de la antigüedad, como lo demuestran esculturas de piedra de la Dama de Elche o la Bicha de Balazote.

En el suroeste de la península, se estableció la próspera cultura tartésica, famosa por su riqueza en metales. Los misterios que rodean su alcance exacto y su desaparición continúan siendo objeto de debate.

La riqueza de la península en metales, como oro, plata y cobre, atrajo a pueblos del Mediterráneo oriental. Fenicios y griegos establecieron colonias comerciales en la costa, lo que favoreció el intercambio cultural y económico, enriqueciendo la cultura ibérica.

En el siglo IX a. C., los griegos se instalaron en la costa noreste de la península. Su influencia es evidente y un elemento integrador de la cultura hispánica, manifestada en su gusto por la metrópoli, el comercio y la vida social y cultural.

Los fenicios, pueblo de mercaderes en busca de nuevas rutas comerciales, llegaron con sus navíos en el siglo IX a. C. a las costas del norte de África y del sur y Levante peninsular. Al desembarcar, vieron una gran cantidad de conejos y llamaron a la tierra descubierta I-spn-ya, que significaba «tierra de conejos». Trajeron consigo cultivos como el olivo, técnicas de alfarería, mejoras en la extracción de minerales y, lo más importante, la escritura basada en su alfabeto.

Estas civilizaciones se expandieron por la península, dejando un importante legado en la lengua, el arte y las costumbres. Sus principales actividades económicas eran la agricultura, la ganadería y la metalurgia, y mantuvieron fructíferas relaciones comerciales y culturales con los íberos.

Los celtas se fusionaron con los pueblos autóctonos al norte del Duero y con las tribus íberas del centro peninsular. Esta unión dio origen a la cultura celtibérica, que se consolidó con la llegada de una segunda oleada celta en el siglo V a. C., expertos en la metalurgia del hierro. Los celtíberos se asentaron principalmente en el centro peninsular, viviendo en poblados fortificados sobre cerros, a los que los romanos llamaron “oppidum”. Dominaron la península desde el siglo VI a. C. hasta la conquista romana.

Juan Pisuerga

 

 

 

PARA MÁS INFORMACIÓN SE PUEDE CONSULTAR A:

  1. Arsuaga, Juan Luis (2004). El collar del neandertal. En busca de los primeros pensadores. Barcelona.
  2. Carbonell, Rosa M. (2017). Atapuerca. 40 años inmersos en el pasado. Edición España.
  3. Eiroa García, Jorge Juan (2010). Prehistoria del mundo. Editorial SL. Barcelona.
  4. Fernández Álvarez, Manuel (2008). Pequeña historia de España. Espasa Calpe. Madrid.
  5. Fullola, Josep Mª (2005). Introducción a la prehistoria. La evolución de la cultura humana. Barcelona.
  6. Maluquer de Motes, Juan (1990). Tartessos. La ciudad sin historia. Barcelona.
  7. Marcos Saiz, F. Javier (2006). La Sierra de Atapuerca y el Valle del Arlanzón. Patrones de asentamiento prehistóricos. Editorial. Burgos.
  8. Marcos Saiz, F. Javier (2016). La Prehistoria reciente del entorno de la Sierra de Atapuerca (Burgos, España).