Skip to main content

En el universo de la lengua española, existen palabras tan singulares y enigmáticas que parecen desafiar la lógica y el sentido común. Una de ellas es despropósito, un término que encierra una peculiar dualidad: por un lado, se refiere a un acto o dicho necio e imprudente; por otro, evoca una fascinación por lo absurdo e irracional.

El despropósito se presenta como un laberinto de significados, un baile entre la razón y la sinrazón. Su etimología lo define como «lo que está fuera de propósito», lo que no encaja en la lógica. Sin embargo, esta ruptura con la norma abre puertas a posibilidades inesperadas, donde lo absurdo se convierte en fuente de humor, irritación, desesperanza o creatividad.

La veleidad es un capricho que surge de forma repentina y sin fundamento. Suele ser pasajero y a menudo no se concreta por falta de interés. Las veleidades describen una tendencia a cambiar de opinión y comportamiento con facilidad, asociada a la falta de seriedad o compromiso.

La literatura ha sido un campo fértil para explorar las veleidades del despropósito. Desde las obras satíricas de Quevedo hasta las novelas surrealistas de García Márquez, los autores han encontrado en este concepto una herramienta poderosa para desafiar las normas sociales y explorar la complejidad del comportamiento humano.

En la obra de Miguel de Cervantes, «El Quijote», encontramos un ejemplo paradigmático. El protagonista se embarca en una aventura absurda y peligrosa, impulsado por una visión idealizada de la caballería que choca de frente con la realidad. A través de sus desventuras, Cervantes nos invita a reflexionar sobre la locura, la búsqueda de la verdad y el poder de la imaginación. Aunque pocos españoles han leído el texto original debido a la dificultad de su vocabulario, ha sido más leído y apreciado en el resto del mundo gracias a traducciones más accesibles.

Más allá del ámbito literario, las veleidades del despropósito se manifiestan a diario en nuestro país. Todos hemos cometido errores imprudentes, ya sea por falta de atención, por impulso o por la simple necesidad de romper con la monotonía. Hoy, la sociedad española camina por una senda absurda y peligrosa en beneficio de unos pocos y en perjuicio de la nación entera.

Un despropósito es algo absurdo o inapropiado, pero lo que lo hace peligroso son sus consecuencias. Un despropósito menor puede ser gracioso, mientras que uno grave puede tener efectos nefastos para los involucrados.

Lo que está ocurriendo en España es una burla a sus ciudadanos. Cada día un nuevo escándalo mediático solapa al anterior, invitándonos a preguntarnos: ¿Con qué intención se cometen estos disparates?

Un político singular ha afirmado: «En pocos años la amnistía se verá tan positiva como el final de la banda ETA. «Pero, ¿ha terminado ETA? ¿Se han resuelto todos sus asesinatos? ¿Ha pedido perdón a las víctimas? «ETA ha dejado de matar, pero no ha entregado las armas, solo un montón de chatarra militar inútil» es un despropósito que desafía la razón y que es útil solo para la conveniencia personal de quien la pronuncia.

En España, los despropósitos de los dirigentes corren como un caballo desbocado, sin detenerse a pensar en sus consecuencias. Van de disparate en disparate, de un escándalo a otro, sin solución de continuidad y sin rumbo fijo.

Nuestros gobernantes rompen las normas de la moral natural y desgarran la virtud social, conduciéndonos a actitudes hedonistas, a una pansexualidad consentida y a la idea de que lo mejor es no reproducirnos para seguir viviendo con nuestro ego.

Según el escritor Tomás Ligotti, somos siervos humanos sin sustancia, cuyo único derecho es «el derecho a morir». Aunque esto podría considerarse un despropósito maximalista, la sociedad no quiere ni desea enmarcarse en esa visión tan desastrosa.

Hay preguntas urgentes sin respuesta: ¿Tiene alguna virtud el despropósito o es solo una paradoja que nos invita a reflexionar sobre la naturaleza de la sensatez y la locura? ¿Puede lo virtuoso ser absurdo? Al analizar estas ideas, encontramos matices que otorgan cierta validez a esta aparente contradicción.

La virtud del despropósito, en Occidente, podría ser una forma de romper las normas para agrietar la razón y la lógica de la sociedad. En España, el objetivo podría ser romper la Constitución.

Abrazar el despropósito de manera consciente puede fracturar los patrones de una sociedad o un país, con la intención de someter a una nación para alcanzar una dictadura.

En los últimos años, el gobierno ha actuado de forma sorprendente e incluso absurda para romper lo pactado, con un solo objetivo en mente: mantener el poder.

Juan Pisuerga