El concepto de España parece haberse diluido, quedando al margen de las confrontaciones políticas. Esto es evidente no solo en los debates del Congreso de los Diputados, sino también en las tertulias de radio y televisión, e incluso en conversaciones cotidianas entre amigos.
La crisis de 1898, con la pérdida de las últimas colonias y la consecuente crisis política y económica, obligó al país a redefinir su papel en el mundo y a iniciar un proceso de modernización. En ese contexto, surgió la figura de Joaquín Costa, un pensador y político aragonés que se convirtió en el principal exponente del movimiento regeneracionista.
Costa defendía la urgencia de reformas para superar el estancamiento de España y modernizar el país. Denunció la corrupción política y el caciquismo como las principales causas del atraso. Abogaba por una profunda transformación de la sociedad española, convencido de que para «regenerar» el país era esencial adoptar las innovaciones y el progreso de las naciones europeas. Para él, la educación era fundamental para combatir la incultura y el atraso. Además, proponía políticas económicas centradas en obras públicas para mejorar las infraestructuras, la agricultura, la industria y la productividad.
En 1902, Alfonso XIII nombró presidente del gobierno a Antonio Maura, un político con ideas regeneracionistas, aunque con un enfoque más conservador que Costa.
Después de la semana trágica de Barcelona, Maura fue destituido y alcanzó la presidencia del gobierno José Canalejas, del Partido Liberal; le siguió el conde Romanones, también del grupo liberal; Eduardo Dato, del Partido Conservador; el marqués de Alhucemas, Miguel. Primo de Rivera, que gobernó España como dictador desde 1923 hasta 1930, y después de la dictadura Dámaso Berenguer, que presidió el gobierno tras la caída de la dictadura.
En febrero de 1931, Alfonso XIII nombró presidente del gobierno a Juan Bautista Aznar-Cabañas, con el objetivo de convocar elecciones y restaurar la normalidad constitucional tras la dictadura de Primo de Rivera. En las elecciones del 12 de abril de 1931, aunque los monárquicos obtuvieron más votos en el cómputo global, los republicanos y socialistas ganaron en las principales ciudades, lo que se interpretó como un rechazo popular a la monarquía de Alfonso XIII.
El rey decidió exiliarse, y fue proclamada la Segunda República de forma pacífica, con multitudes celebrando el cambio de régimen. Se formó un gobierno provisional encargado de convocar elecciones a Cortes Constituyentes para redactar una nueva Constitución, que, años más tarde, derivaría en una desastrosa guerra civil y en la llegada al poder de Francisco Franco.
Desde 1939 hasta 1975, España vivió lo que se ha denominado una dictadura nacionalsindicalista.
En 1978, se alcanzó un acuerdo que sorprendió al mundo: se aprobó una Constitución consensuada, que afortunadamente sigue vigente. Curiosamente, las palabras «patria» y «España» se mencionan en pocos artículos. Es posible que los ponentes quisieran dejar el asunto sin cerrar del todo, permitiendo al país navegar sin un rumbo fijo hasta encontrar ideas sólidas donde anclar con seguridad.
Hoy, resulta sorprendente lo difícil que es hablar de España como nación. Los medios extranjeros a menudo se refieren a la «sucia sociedad española», a la «terrible Inquisición», a la «sanguinaria conquista de América» y hasta a la «gripe española» para menoscabar la imagen del país. Es cierto que España, como cualquier otro país, ha cometido errores, algunos muy graves, sobre todo por falta de cultura, algo que, lamentablemente, estamos empezando a sufrir de nuevo. Sin embargo, pocos pueblos pueden presumir de un pasado tan heroico como el español. A menudo se recurre a mentiras y a tópicos como «un país de siestas y vagos».
Los medios de comunicación contribuyen a esta confusión, ya sea por depender de la publicidad gubernamental para subsistir o por la falta de formación de sus periodistas, que demuestran a diario un gran desconocimiento de nuestra lengua, cultura e historia; lo cierto es que no son nada positivos con su patria.
Para no ofender a las autonomías, se ha popularizado el eufemismo «Estado» en lugar de «España». Aunque «Estado» debería referirse a las administraciones, se usa para designar a España como una entidad anónima y oscura. Y lo peor es que lo están logrando: permitimos que la política tramposa vete el uso normalizado de palabras como «España», «Nación» o «Patria», mientras que algunos las pronuncian con miedo.
Estamos atravesando un banco de niebla social, una estrategia de comunicación diseñada para eludir críticas sin entrar en conflicto directo.
La estrategia del gobierno es no responder a las preguntas de la oposición para cubrir cualquier decisión con una densa niebla que impida ver el camino de las ideas con claridad.
Este gobierno no puede ni quiere convencer con argumentos razonables, por lo que su política se basa en dos ideas: la primera, retrasar cualquier debate, ya sea por la ausencia del presidente, por preguntas consideradas inadecuadas por la presidenta de las Cortes o por cualquier otra razón. La segunda, polarizar la política, levantando el muro que el presidente anunció en su primer discurso.
El objetivo es enfrascarse en discusiones y debates estériles, alimentando la confrontación, pero dejando a la rival sin «combustible» a base de un populismo pobre e irracional, como si fueran axiomas inescrutables que muchos medios de comunicación subrayan como verdades no discutibles.
Esta retórica extravagante, llena de confusiones y mentiras, no hace sino espesar aún más la niebla que envuelve al país. Estamos perdiendo la batalla por España, y muchos medios de comunicación son responsables de ello.
Juan Pisuerga.
Juan Pisuerga