En el Derecho romano, la «potestas» era el poder socialmente reconocido, el poder oficial en la antigua Roma. Por otro lado, la «auctoritas» era el patrimonio de una persona o institución con la capacidad moral de emitir una opinión cualificada y tomar una decisión, fuera o no vinculante. Su valor era puramente moral.
El equilibrio del Estado romano descansaba en estos dos conceptos. El «imperium» era un poder absoluto que ejercían aquellos con capacidad de mando, como los cónsules, aunque su autoridad era temporal.
Dejando de lado los espectáculos electorales, en la España actual estamos en un momento crucial, donde casi todas las instituciones democráticas y sociales están a prueba. A esta inseguridad se suma la acelerada pérdida de valores que degrada la vida de las personas, sin importar su situación económica o cultural.
Nuestra historia se está convirtiendo en un tribunal hegeliano. Desde el punto de vista moral, se está desafiando la naturaleza y el espíritu de la Constitución. Los políticos tendrán que enfrentarse en algún momento a un juez implacable: su propia conciencia. Pero, ¿la tienen nuestros dirigentes?
En Occidente, estos últimos años han sido los más difíciles desde la caída del muro de Berlín. La clase política, impulsada por su ambición y ansias de poder, divide a la sociedad con una polarización que asumimos como normal. Esto sucede porque hemos perdido el repertorio de valores que antes nos ayudaba a comprender y soportar lo que está pasando.
En español, la palabra «virtud» viene del latín virtus, que significa «fuerza, vigor o valor». Con el tiempo, se ha enriquecido con cualidades morales como la honestidad, la justicia, la prudencia, la fortaleza y la generosidad. En general, se puede definir como la excelencia moral, esa cualidad que hace que una persona sea buena y admirable. ¿La tienen nuestros dirigentes políticos?
Después de las elecciones en Cataluña, el señor Rufián pronunció una frase no solo socarrona, sino perversa:
“La amnistía es la primera derrota del régimen de 1978″.
En otras palabras, este diputado, representante de ERC en el Congreso de los Diputados del Reino de España, celebra la derrota de la Constitución, una que fue pactada por todos los partidos políticos de España y refrendada por más del 90 % de los españoles. Le parece bien que la democracia sea vencida.
¡¡Tremendo!!
El poder y la autoridad son conceptos estrechamente relacionados, pero con diferencias importantes. Ambos se refieren a la capacidad de influir en los demás, pero con fundamentos distintos. Han sido objeto de debate durante siglos por filósofos, politólogos y sociólogos y, aunque se usen de forma indistinta, son ideas muy diferentes.
El poder es la capacidad de influir en el comportamiento de otros para lograr un resultado, incluso si no están de acuerdo. Está ligado a la posesión de recursos e implica una relación desigual, donde una parte tiene más influencia que la otra.
Aristóteles sostenía que el ser humano es un «animal político» que vive en comunidad. En este contexto, el poder es indispensable. El filósofo distinguía dos tipos de poder: el natural, basado en la fuerza física o la coerción; y el racional, sustentado en la razón, la persuasión y el liderazgo. Es decir, el poder no es solo un instrumento de dominación, sino que está vinculado a la ética y al bien común. ¿Lo tienen nuestros dirigentes políticos?
El poder legítimo es la autoridad formal de una persona en una organización, a la que se pueden sumar otros poderes: el de la recompensa en incentivos a cambio de obediencia, el coercitivo con base en amenaza o uso de la fuerza o incluso el de la fortuna o el conocimiento. ¿Y los utilizan nuestros dirigentes políticos?
Para Aristóteles, la autoridad es fundamental en la sociedad, la política y la ética. Para él, no es una forma de dominación, sino que se vincula con la razón y el bien común. Se basa en el respeto y la confianza que se le tiene a una persona o grupo para tomar decisiones que serán obedecidas. La autoridad moral se apoya en la virtud, el reconocimiento social y las leyes. ¿Y la ejercen nuestros dirigentes políticos?
La autoridad se diferencia del poder en que es aceptada por los demás, mientras que el poder puede ser ejercido sin consentimiento. ¿Lo hacen nuestros dirigentes políticos?
Las personas con autoridad tienen la responsabilidad de ejercerla de forma justa y rendir cuentas de sus acciones. ¿Y lo hacen nuestros dirigentes políticos?
La autoridad en política es esencial para un buen gobierno y la estabilidad social. Sin embargo, los abusos de poder, como la tiranía o la corrupción, deben ser limitados por la ley y la Constitución. La ley, expresión de la razón, debe ser justa y aplicable a todos. Por su parte, la Constitución establece la estructura del Estado y distribuye el poder de manera adecuada. ¿Y lo hacen nuestros dirigentes políticos?
Juan Pisuerga