En recuerdo de un magnífico profesor de filosofía.
En el bachillerato que cursé, teníamos una asignatura de Filosofía en sexto de bachillerato, con dos horas semanales, para quienes habíamos escogido la rama de ciencias. El profesor era un seglar, licenciado en Filosofía, que daba clases en un centro religioso. Para enseñar, creaba una especie de diálogo con los alumnos. Los martes nos explicaba la historia de la filosofía y nos daba folio con un tema variado, sobre el poder, la política, la justicia o cualquier otro, para discutirlo el viernes.
Utilizaba los «Diálogos de Platón». Nos contó que el filósofo usaba a Sócrates como su interlocutor para desarrollar sus ideas. Pude comprobarlo años después en un libro de la colección Austral.
Hubo un tema que discutimos que hoy es de plena actualidad en nuestro país:
¿Quién debe gobernar y por qué?
El folio proponía que los gobernantes ideales eran los filósofos, pues poseían el verdadero conocimiento y, por consiguiente, no buscarían el poder por ambición. El poder, decía, no puede estar en manos de quienes lo quieren por interés propio, porque lo corromperán. Cambiarán las leyes para hacer vulnerable a la sociedad y la llevarán a la tiranía o a la oligarquía. Concluía diciendo que el poder mal utilizado conduce a la injusticia.
Empezamos a razonar que las leyes deben diseñarse para promover la armonía y la justicia. El poder no debería recaer en personas que promuevan la ilegalidad o que hagan leyes injustas para favorecer a unos pocos o a personas determinadas.
Nos preguntó si el poder político debe basarse en el conocimiento y la justicia. Nos pareció obvio y respondimos que el poder debe ser ejercido por quienes quieren gobernar para el bien común. Lo contrario sería incoherente.
Nos explicó que, para Platón, el conocimiento no es una simple percepción u opinión, sino un entendimiento más elevado. La opinión está relacionada con el mundo sensible y cambiante, el que percibimos a través de los sentidos, y es, por tanto, imperfecto y mutable, inexacto y subjetivo. El filósofo lo explica bien en el conocido «mito de la caverna». En cambio, el conocimiento real está vinculado al mundo inteligible, aquel que se puede entender sin la intervención de los sentidos. Platón se refiere a las ideas eternas, inmutables y perfectas: las realidades trascendentes que existen y son universales.
El conocimiento es un proceso que busca trascender el mundo sensible y alcanzar la comprensión a través de la introspección, el estudio y el esfuerzo.
Nos preguntó si era bueno, como decía Platón, que los gobernantes tuvieran una rigurosa formación intelectual. No todos estuvimos de acuerdo, pero llegamos a varias conclusiones: aunque el conocimiento profundo no debería ser obligatorio, era necesario que quien ostentara el poder asumiera virtudes como la razón, el ánimo, la verdad, la moral y la ética. La razón y la virtud deberían ser guías necesarias para buscar la verdad a través de la moral y la ética, que conducen al bien social. Además, el poder tenía que basarse en la honradez; en ese momento, la Real Academia Española consideraba honradez y honestidad términos diferentes.
Preguntó si debían incluirse el ánimo y el honor. Respondimos que sí, porque, aunque no son indispensables, actúan como aliados de la razón para motivar a los gobernados.
También nos preguntó si la justicia era la virtud más importante de un gobernante. Respondimos que sí, porque garantiza el equilibrio social y permite la cohesión entre gobernante y gobernados.
Nos cuestionó si la falta de virtud en los gobernantes llevaba a la decadencia de la forma de gobierno. Contestamos que sí, porque un gobernante sin virtud puede imponer su voluntad. Nos explicó que el poder no reside en satisfacer los propios deseos, sino en actuar de acuerdo con lo que es bueno y justo. El abuso del poder puede manipular y dominar a los gobernados sin considerar la verdad o la justicia. El poder debe estar subordinado a la justicia y al conocimiento verdadero, alejado de los abusos y las ambiciones personales. La sabiduría y la virtud deben guiar a los gobernantes.
«Ahora, veámoslo en sentido contrario», nos dijo. «¿Qué sucede cuando un gobierno está dirigido por personas ignorantes que carecen de sabiduría y conocimiento?». «Pues, según lo que hemos discutido antes, la ignorancia conduce a decisiones insensatas o egoístas». Cuando los gobernantes tienen ambición personal, ansias de riqueza o de poder, en lugar de buscar el bienestar común, se corrompen. Si los dirigentes actúan solo según sus intereses, la sociedad se desordena y sus valores morales decaen, lo que conduce a la oligarquía o a la tiranía.
Nos preguntó si pensábamos que la educación es esencial para formar ciudadanos y gobernantes justos. Respondimos que sí, ya que la falta de formación permite que personas incapaces ocupen el poder y lleven a la sociedad a un mal gobierno. Un mal gobierno obstaculiza la iniciativa de los proyectos y, al no permitir su desarrollo, impide la creación de empleos y empobrece a la sociedad.
En este diálogo sobre el poder, concluimos que hay dos tipos de poder: el verdadero, que debe ser honrado, virtuoso y justo; y el ignominioso, que se asume por ambición personal.
Según Platón, el mal gobierno surge cuando los gobernantes carecen de virtud, sabiduría y sentido de la justicia. Los gobernantes deben ser personas honradas, virtuosas y preparadas para dirigir a la sociedad en su conjunto.
Este y otros diálogos parecidos los tuvimos en un colegio católico con un profesor de filosofía, chicos de quince o dieciséis años, gobernando España el general Franco. ¿Sería posible tenerlo ahora en la democracia?
Juan Pisuerga