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EL MONASTERIO DE SAN MILLÁN DE SUSO.

El legado de San Emiliano.

Las glosas emilianenses.

Acababa de leer la fascinante vida de Almanzor, e ir al Monasterio del Suso era un sueño. Conocía del colegio que las glosas emilianenses, las primeras anotaciones en lengua castellana y vasca, habían aparecido en los márgenes de un códice del Monasterio de San Millán del Suso.

¡La cuna del español, un tesoro de nuestro patrimonio histórico!

Llegar al monasterio, moverse por sus estancias, ver sus muros, admirar sus arcos y bóvedas, y contemplar el valle del Cárdenas era revivir la historia medieval y valorar nuestra identidad cultural.

Almanzor había devastado muchos territorios cristianos y, en el año 1002, durante una de sus campañas, saqueó y destruyó el Monasterio del Suso. El edificio tuvo que ser reconstruido en el año 1053 por el rey García Sánchez III de Navarra, quien mandó trasladar allí los restos de San Millán.

Existen leyendas que relacionan la muerte de Almanzor con una especie de «castigo divino» por su ataque al monasterio, aunque esta se solapa con el hecho de que dio de beber a su caballo en una pila bautismal de la catedral de Santiago. La leyenda dice que, poco después de saquear el Suso, Almanzor sufrió la derrota en Calatañazor, otra leyenda, y que murió mientras se retiraba a Medinaceli.

La narración mítica de los Siete Infantes de Lara también está ligada a este cenobio, pues, según la tradición, los cuerpos de los infantes descansan en este monasterio.

Pero veamos cómo empezó todo: Los berones eran un pueblo celtíbero que se alojaba en la comarca riojana antes de la llegada de los romanos. Contra ellos y otras tribus celtibéricas, Roma desencadenó las tres guerras celtibéricas. Cuando dominó la península, La Rioja quedó integrada primero en la provincia romana de la Citerior.

A partir del siglo IV, empiezan las implantaciones eremíticas, siguiendo la filosofía religiosa que llega de Oriente.

Los visigodos dejaron su impronta en esta región, como se puede ver en Santa María de los Arcos de Tricio o en el propio San Millán.

Los primeros vestigios del monacato se remontan al siglo VI, cuando San Millán, un ermitaño, se estableció en una cueva en el valle del río Cárdenas. Según sus biógrafos, San Millán nació en el 473 en Berceo y, como su padre, se dedicaba al pastoreo. A los veinte años, un ángel le indicó el camino hacia Bilibio, cerca del actual Haro, donde un ermitaño conocido como Félix lo instruyó.

San Millán vivió como eremita en las cuevas de la Sierra de la Demanda durante cuarenta años. Su forma de vida atrajo a otros ermitaños que se unieron a él, formando una comunidad que daría origen al monasterio.

Tras la invasión musulmana, La Rioja quedó bajo dominio islámico y formó parte de Al-Ándalus. Los árabes dejaron en esta provincia un importante legado histórico que incluye la agricultura, la arquitectura y la toponimia. Algunos cristianos, conocidos como mozárabes o «gentes del Libro», continuaron viviendo en las tierras musulmanas, conservando su fe y costumbres.

Los Banu Casi fueron una poderosa familia muladí que dominó el valle del Ebro. Su influencia en la región fue significativa, y su historia entrelazada entre los reinos cristianos y musulmanes.

En el año 905, Sancho Garcés I se convirtió en rey de Pamplona, apoyado por Alfonso III el Magno.

En el año 923, Sancho Garcés I se unió a Ordoño II, conquistando Nájera y Viguera, que se incorporaron al reino de Pamplona.

A medida que los reinos cristianos avanzaban hacia el sur, La Rioja se convirtió en una zona de frontera y de intercambio cultural. Alfonso VI y sus descendientes fomentaron la repoblación, otorgando fueros y exención de impuestos a mozárabes y judíos si se establecían en la región durante un lustro.

Los mozárabes que se trasladaron a las zonas de frontera trajeron sus costumbres y su forma de hablar, dejando una importante huella en la cultura española y en la formación del idioma.

La historia del Monasterio del Suso está ligada a San Millán, el ermitaño que se retiró a una cueva donde se dedicó a la oración y soledad. Tras su muerte en el año 574, sus discípulos lo enterraron en la misma cueva y, a su alrededor, se formó una pequeña comunidad de monjes. La cueva donde vivió el santo se convirtió en un lugar de culto y peregrinación y en el germen del monacato.

Aunque el monasterio ha evolucionado a través de los estilos, la presencia del arte visigodo en sus cimientos es un testimonio de su larga historia y de la presencia del cristianismo. La vida eremítica dio paso a una vida monástica. Los monjes excavaron cuevas en la roca, creando espacios para la oración y la vida monástica. De hecho, aún se conservan algunos arcos y muros de esta época.

Tiempo después, se construyeron las primeras edificaciones monásticas, adaptadas a la topografía del lugar y aprovechando los cimientos donde vivieron los primeros monjes ermitaños.

Durante la época mozárabe, el monasterio experimentó importantes ampliaciones y reformas. Se incorporaron elementos arquitectónicos propios de este estilo, como los arcos de herradura y las bóvedas califales.

En el siglo XI, el monasterio siguió creciendo con la incorporación de elementos románicos impulsados por Sancho III el Mayor de Navarra, como arcos de medio punto y bóvedas de cañón. Las nuevas naves y dependencias consolidaron el monasterio.

El monasterio se convirtió en un lugar de gran valor histórico y cultural. En un códice en latín se han encontrado las primeras palabras escritas del castellano: las Glosas Emilianenses. Se trata de pequeñas anotaciones manuscritas encontradas en un códice escrito en latín, que se cree fueron escritas por un monje copista en el monasterio a finales del siglo X o principios del XI. Contienen las primeras palabras escritas en lengua española y vascuence, lo que demuestra la convivencia de diferentes lenguas en la región en esa época.

El Monasterio del Suso ha sido un importante centro de peregrinación, atrayendo a fieles y visitantes de todo el mundo. Su atmósfera de paz y espiritualidad invita a la reflexión y al recogimiento.

Juan Pisuerga

PARA SABER MÁS

  1. Bango Torviso, Isidro G. (2001). Suma Artes. Historia general del arte. Arte prerrománico hispano. Madrid: Espasa Calpe S.A.
  2. Fontaine, Jacques (1978). El mozárabe. La España románica. Madrid: Ediciones Encuentro.
  3. Ibáñez Rodríguez, Miguel (2000). El monasterio de Suso. Arte, historia y poesía. León: Edilesa.
  4. Martín González (1985). El románico español. Universidad de Valladolid.