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Las campanas, como instrumentos de señalización, surgieron en las civilizaciones mesopotámicas y estuvieron presentes en la Grecia y la Roma clásicas. Se hacían sonar para advertir de invasiones, incendios, para marcar el inicio de ceremonias rituales o fúnebres, o bien para llamar a los sirvientes.

En el año 330 d. C., bajo el reinado del emperador Constantino, el cristianismo comenzó a frecuentar basílicas y templos en todo el Imperio. En algunos de estos edificios, las campanas se situaban en el exterior, sostenidas por arcos de madera o adobe. Aunque existieron intentos incipientes de espadañas, estas estructuras eran pequeñas, de un solo vano, bastante toscas y poco frecuentes.

El arte románico floreció en Europa entre los siglos X y XII. No surgió en un único país, sino que se desarrolló en diversas regiones con sus particularidades propias. Sus primeros focos se localizaron en Borgoña, Normandía y en el valle del Loira, en Francia. En Italia apareció el denominado primer románico o románico lombardo, característico del norte del país.

La fundación de la abadía de Cluny en el año 910, por Guillermo, duque de Aquitania, en Borgoña, constituyó un hito crucial. Al contar con un privilegio de exención que la liberaba del control de los señores feudales y de los obispos locales, y al quedar bajo la exclusiva autoridad del Papa, la orden cluniacense alcanzó una enorme influencia en la Edad Media. Esto le permitió emprender una profunda reforma monástica basada en la estricta observancia de la Regla de San Benito.

La relación de Cluny con el desarrollo y la difusión del románico es evidente, aunque este estilo ya comenzaba a gestarse en algunas regiones, como en el caso del denominado primer románico o románico lombardo. La abadía de Cluny fue un vehículo fundamental para la expansión de las formas arquitectónicas y artísticas necesarias para albergar a un número creciente de monjes.

El románico alcanzó una amplia difusión en la península ibérica. Las ideas cluniacenses llegaron por el Camino de Santiago, en Navarra y en Castilla y León, mientras que las del románico lombardo aparecieron por Aragón y los condados catalanes.

Las espadañas, aunque más características del estilo cisterciense, comenzaron a aparecer en iglesias rurales del románico del norte peninsular durante los siglos XI y XII. Su función principal era albergar las campanas; algunas fueron utilizadas para estabilizar la estructura de la fábrica, actuando como un contrafuerte, especialmente en templos de una sola nave. En el norte de España, la espadaña se convirtió en uno de los elementos más característicos del románico, elevándose sobre la fachada de las iglesias, generalmente en el hastial.

Si bien también están presentes en otros países europeos, las espadañas resultan particularmente numerosas y emblemáticas en España, donde se transformaron en un rasgo distintivo del paisaje y de la arquitectura local. Servían para marcar los tiempos de oración, anunciar celebraciones, misas y funerales. El tañido de las campanas se expandía por el aire como una voz que convocaba a los fieles al templo y, en general, regulaba la vida comunitaria en las aldeas.

En el contexto cisterciense, en el que la simplicidad y la funcionalidad prevalecen sobre la ornamentación, las espadañas se distinguen por su sobriedad. Construidas en piedra, presentan una forma rectangular o triangular y suelen rematarse con un pináculo. Las troneras son vanos con arcos de medio punto. Más allá de su función práctica, poseían un profundo significado simbólico, al representar la unión entre la tierra y el cielo.

En las iglesias cistercienses españolas, las espadañas son mucho más que un elemento arquitectónico funcional: constituyen un reflejo de la austeridad y del simbolismo característicos de esta orden monástica. Su principal cometido era albergar las campanas para convocar a los feligreses a la oración, anunciar los actos religiosos y marcar los momentos relevantes de la comunidad.

En la actualidad, las espadañas románicas son un elemento singular del paisaje rural español. Constituyen un testimonio de la riqueza y diversidad del arte románico, así como un símbolo de la importancia de la religión en la vida medieval. Además de su valor histórico y artístico, continúan desempeñando un papel significativo en la vida de las comunidades rurales: las campanas marcan el ritmo cotidiano, anuncian fiestas o funerales y convocan a los fieles a la oración.

Juan Pisuerga

PARA MÁS INFORMACIÓN, CONSULTAR:

  1. García Guinea, Miguel Ángel. El arte románico en Palencia. 1975.
  2. García Guinea, Miguel Ángel. El románico de Santander. 1979.
  3. Wattenberg García, Eloísa. Estudios del patrimonio cultural. 2008.
  4. Álvaro López, Milagros. Historia del arte. Madrid: Anaya, 2006.