EL CAMBIO DE MILENIO EN HISPANIA
En el año 1000, la península estaba dividida territorialmente por dos culturas y creencias distintas. La mayor parte del territorio peninsular y las comarcas del pirineo suroccidental estaban bajo dominio islámico. De hecho, Saragusa, a partir del siglo X, y con la fragmentación del Califato, se convirtió en la capital de una taifa que alcanzó un gran esplendor cultural y económico. Los territorios del norte del Duero y del Ebro eran cristianos, al igual que los condados catalano-aragoneses.
La península era un vasto escenario de operaciones políticas y, sobre todo, militares. Se estaba produciendo un choque entre Oriente y Occidente, entre el islam y el cristianismo. Dos mundos separados por la frontera del Duero, aunque la estructura de ambas sociedades era rural y muy similar. Para su subsistencia, utilizaban cultivos y tierras comunales.
La población cristiana, que se había refugiado en la franja norte tras la invasión musulmana, se estaba expandiendo hacia los ricos valles del Ebro y la meseta septentrional, formando un reino y varios condados. En el suroeste de los Pirineos había surgido un nuevo reino, y los condados catalano-aragoneses completaban la estructura cristiana.
En Córdoba, Abderramán III, que en el 929 se había autoproclamado califa, asumió el poder político, militar y religioso del norte de África y de al-Ándalus. Hizo de Córdoba el centro del mundo conocido. Creó una cultura islámica particular, influenciada por su origen hispano. Su heredero, al-Hakam II, fue un hombre pacífico, y Córdoba siguió siendo un faro de conocimiento, con grandes bibliotecas y escuelas, y una notable convivencia entre cristianos, judíos y musulmanes. Murió en el 976, dejando a un niño, Hisham II, como califa y el gobierno en manos de su chambelán. En la escena política cordobesa apareció un nuevo personaje: la figura de Almanzor fue creciendo en popularidad, y a finales de siglo era un caudillo invicto. Los reinos cristianos sufrieron las consecuencias de sus devastadoras campañas.
El reino de León se basaba administrativa y jurídicamente en las leyes iniciadas por Alfonso II, corregidas y ampliadas por Alfonso III. Era una organización heredera de la tradición visigoda en la que cada grupo social cumplía una función vinculada a otro colectivo.
En el año 999, murió el rey de León, Bermudo II. Su hijo Alfonso V, un menor de 5 años, heredó el reino y quedó bajo la tutoría de su madre, Elvira Fernández, tía del conde de Castilla Sancho García.
En Castilla, en el año 970, García Fernández, conocido como «el conde de las Manos Blancas», se hizo cargo del condado, que gobernó hasta el 995. El conde, cuyas posesiones estaban en plena frontera, detuvo los ataques musulmanes en varias ocasiones y mantuvo una lucha constante contra Almanzor. Fue un hábil diplomático y un poderoso guerrero. Su hija Elvira estaba casada con el rey de León, Bermudo II. Su esposa era hija del conde Ramón II de Ribagorza, y sus cuñados eran el rey de Pamplona y el conde Saldaña. El conde fundó monasterios para promover la cultura, contribuyendo a la consolidación de la identidad castellana. Heredó el condado su hijo Sancho García, llamado “el conde de los buenos fueros”, que estaba casado con Urraca Gómez, del linaje Banu-Gómez, y había pactado cinco años de tregua con Almanzor. Al terminar esta, sus campos y ciudades comenzaron a sufrir continuos y devastadores ataques, debilitando su economía.
En Pamplona, Sancho Garcés II en el año 982 no pudo mantener la integridad territorial del reino y tuvo que desplazarse a Córdoba para rendir vasallaje al caudillo cordobés y entregarle a su hija Urraca de Pamplona, quien tomó el nombre árabe de Abda. Con Almanzor, tuvo un hijo conocido como Abderramán Sanchuelo. A Sancho Garcés II le sucedió su hijo García Sánchez II, quien mantuvo, por ser cuñado de Almanzor, una cierta paz con Córdoba a cambio de pagar tributos. Murió en el año 1000, y Navarra fue gobernada temporalmente por su primo Sancho Ramírez en un interregno debido a la minoría de edad del heredero Sancho Garcés III, quien llegó al trono con 14 años en el 1004.
El condado de Barcelona se negó a pagar tributos y pidió protección a Luis V, pero la dinastía francesa de los Capetos no respondió. Barcelona fue asediada; sus murallas y capital, destruidas. El conde Borrell rompió el vasallaje con el rey franco. La comarca, dedicada a la agricultura para abastecer a la ciudad, quedó arrasada. Sus habitantes consideraron la acción militar un acontecimiento apocalíptico.
En Córdoba, en el año 1000, el califa era Hisham II, pero el poder recaía en Almanzor, amante de su madre y apoyado por los bereberes norteafricanos. En la campaña que emprendió contra Santiago de Compostela, además del componente económico, había uno religioso: quería humillar a la cristiandad en uno de sus lugares más sagrados, la iglesia donde estaba enterrado el apóstol Santiago, un discípulo de Jesús.
En el año 1000, Almanzor envió un ejército contra Castilla. El conde Sancho García y su cuñado García-Gómez unieron sus fuerzas e intentaron detener al amerí en Peña Cervera. Una vez más, el amerí resultó victorioso, aunque perdió muchos hombres.
Los monacatos, bajo la norma “Ora et labora”, fueron un elemento fundamental en la construcción social. Los monjes que no se dedicaban a las labores del campo copiaban y traducían obras clásicas al latín o del latín, convirtiendo así los monasterios en centros de estudio y transmisión del conocimiento.
A pesar de las numerosas copias existentes del “Comentario del Apocalipsis” del Beato de Liébana, no parece que en las altas esferas eclesiásticas hispánicas se percibiera una obsesión catastrófica por el fin del mundo. En el reino de los francos, sin embargo, un sacerdote parisino predicaba a sus fieles en el año 975 que el Anticristo sobrevendría una vez cumplido el primer milenio del nacimiento de Cristo, seguido del Juicio Final. Hablaba del fin del mundo como un acontecimiento previsto por los textos bíblicos, que llegaría precedido de señales terribles. El anuncio del sacerdote parisino se extendió por toda Europa. A los reinos cristianos de la península, la idea llegó muy amortiguada por el desmentido de los monacatos. Sin embargo, había señales amenazadoras, y algunos monjes presagiaron el fin de los tiempos basándose en la destrucción de los Santos Lugares como Santiago de Compostela, San Millán y el monasterio de Leire. A las destructivas campañas de Almanzor se sumaban el hambre y la peste, que se creían señales del cielo.
Con la muerte de Almanzor en el año 1002, comienza la desintegración del Califato y su fragmentación en pequeños reinos independientes o taifas.
Las muertes de Bermudo, García Sánchez y Almanzor cambiaron drásticamente el panorama político de la península.
El cambio del primer al segundo milenio acabó con el mito del fin del mundo. Nada trascendental ocurrió en el año mil, ni se produjo ningún hecho catastrófico.
El cambio marca el fin de la llamada Edad Oscura o de las Tinieblas para dar paso a una nueva era.
Juan Pisuerga
PARA MÁS INFORMACIÓN:
- Donado, Julián (2014). Historia medieval. Editorial Centro de Estudios Ramón Areces S.A.
- García, José Ángel (2008). Manual de historia medieval. Alianza Editorial.
- Nieto, José Manuel (2016). Europa en la Edad Media. Ediciones Akal, S.A.
- Rodríguez, Fernando Fabián (2015). Manual de Historia Medieval. Mar del Plata: Grupo de Investigación y Estudios Medievales.