Skip to main content

ABDERRRAMÁN III

Muhammad I de Córdoba gobernó Al-Ándalus desde 852 hasta su muerte en 886. Su emirato fue próspero, aunque también estuvo marcado por revueltas internas. Le sucedió su hijo al-Mundhir, quien solo gobernó dos años y bajo cuyo mandato las revueltas persistieron. Tras su fallecimiento, asumió el emirato su hermano Abdallah, cuyo gobierno fue muy inestable. Se enfrentó a rebeliones de muladíes y clanes árabes, lo que le obligó a descentralizar el poder, que quedó «reducido a Córdoba». Abdallah se casó en 863 con Onneca, de quien repudió en 880. Tuvieron un hijo, a quien llamaron Mohamed, como el abuelo. Poco después de su nacimiento, su tío Mutarrif mató a su padre Abdallah. Años más tarde, Mutarrif fue decapitado por orden de su propio padre, Mohamed.

El hijo de Abdallah y Onneca se casó con una cautiva vasca llamada Mazna, una mujer de gran belleza y carácter autoritario, conocida en Córdoba como “Lluvia de Nube”. Tuvieron un hijo al que llamaron Abderramán. Su bisabuelo Mohamed lo eligió sucesor por su inteligencia, temperamento y profundos conocimientos del islam. Abderramán era un hispanoárabe; tanto su abuela, Onneca de Pamplona, como su madre, Muzna, eran vascas. Pasó su infancia en el harén del emir, conviviendo con las mujeres de su abuelo. Para su educación, el emir designó a su hija al-Sayida, quien, según crónicas árabes, llegó a maltratarlo en más de una ocasión. Abderramán III tenía la piel blanca, el cabello rojizo y los ojos azules. De complexión corpulenta, era corto de piernas. Se le describe como un hombre cortés, benévolo, generoso y con fuertes principios morales, aunque podía ser extremadamente cruel con sus enemigos. Los cronistas árabes elogiaban sus virtudes: sagacidad, firmeza, generosidad y diplomacia. Además, era un buen poeta y un orador muy elocuente. Llevó una juventud discreta, dedicada al estudio, y supo convertir la religión en un arma eficaz y poderosa.

En el año 912, con 21 años, Abderramán fue proclamado emir. Heredó un trono que apenas controlaba la ciudad de Córdoba. Sus tíos, la nobleza árabe y el pueblo le juraron una fidelidad meramente formal. Los gobernadores de las provincias dirigían sus territorios con total independencia. Durante sus primeros años, se enfocó en someter a los insurgentes con destreza política y diplomática, absorbiendo pacientemente señoríos semiindependientes. Una vez que se sintió fuerte, empleó contundentes acciones militares para doblegar a los rebeldes. Esta misma política la aplicó en el norte de África. Solo Toledo resistió gracias al apoyo leonés.

El rey García de León y Sancho Garcés de Pamplona habían forjado una alianza y el pamplonés en la Marca Superior estaba conquistando plazas de importancia geoestratégica. En el año 917, Abderramán decidió enviar un numeroso contingente de tropas al norte para frenar los asentamientos, pero mientras sitiaban la plaza de San Esteban de Gormaz, sufrieron la dura derrota de Castromoros.

En el año 920, el emir formó un potente ejército en Córdoba, reforzado con nuevas unidades en Toledo. Saqueó Osma, Clunia, San Esteban de Gormaz y Tudela. Aunque los reyes de Asturias y Pamplona intentaron detenerlo, fueron derrotados en la batalla de Valdejunquera. Los supervivientes que se refugiaron en el Castillo de Muez fueron decapitados. Sin embargo, esta victoria del emir no tuvo consecuencias territoriales.

En el año 924, León se vio inmerso en un conflicto dinástico, mientras Sancho Garcés seguía hostigando a los musulmanes a orillas del Ebro. Abderramán se puso al frente de su ejército y, siguiendo el camino del levante, atravesó Valencia y Tortosa, remontando el Ebro, llegó a Saracusa, donde se le unieron las huestes tuyibíes. Conquistó y saqueó las riberas del Ebro y derrotó a Sancho Garcés en la orilla del Ega. El emir arrasó Pamplona y regresó con un gran botín.

En el año 925 falleció Sancho Garcés, y le sucedió su hijo, el menor de edad García Sánchez.

En el año 929, Abderramán se autoproclamó califa con el sobrenombre de al-Nasir, “El que hace que triunfe la religión de Dios”. Estaba convencido de que, por su nacimiento y linaje, poseía más derechos que el califa fatimí de Kairuan o el abasí de Bagdad. Su intención era recuperar el prestigio de los omeyas e impulsar una gran reforma administrativa, política, religiosa y cultural. Se convirtió en el señor espiritual y temporal de los musulmanes de Al-Ándalus y de las provincias africanas, además de protector de las comunidades cristianas y judías. Ordenó que su nombre fuera mencionado en las oraciones pregonadas por los muecines desde los minaretes.

En el trato diario, Abderramán era una persona sencilla y muy tolerante con las religiones del libro. De hecho, algunas congregaciones cristianas y judías desempeñaron puestos destacados durante su mandato, y le fueron siempre fieles. Llevó a la sociedad cordobesa a un periodo de gran esplendor. Para su seguridad, creó un cuerpo de guardia personal.

En el 931, Ramiro II ascendió al trono leonés y apoyó militar y políticamente a los rebeldes toledanos, lo que generó una fuerte enemistad entre ambos gobernantes.

En el año 934, el califa dirigió su ejército por la Marca Superior para atacar el reino pamplonés. Su bisabuela, la reina Toda, y su hijo García lo visitaron en Tudela para rendirle vasallaje. Una vez conseguido este, los ejércitos cordobeses partieron hacia el oeste, hostigados por Fernán González. Saquearon Burgos y mataron a los monjes de San Pedro de Cardeña. Las tropas leonesas se habían refugiado en la fortaleza de Osma y, cuando los islamistas regresaban a Córdoba, se encontraron de frente con el ejército leonés y con el de Fernán González en la retaguardia. El califa sufrió una nueva derrota.

Entre los años 936 y 937, varias plazas de la Marca Superior se rebelaron contra Córdoba, apoyadas por Ramiro II. Abderramán derrotó a los insurgentes, pero perdonó a Yahya, valí de Saracusa.

Una vez resueltos los conflictos en la Marca Superior, la situación más tensa estaba en la frontera del Duero. En el año 939 sufrió la contundente derrota de Simancas. La reacción a su regreso a Córdoba fue brutal: varios jeques a quienes consideraba responsables fueron crucificados. Como consecuencia de esta derrota, el califa no volvió a dirigir a su ejército.

En el 940, Abderramán firmó pactos con el conde de Barcelona y con Ramiro II, pero los enfrentamientos continuaron. El leonés tomó el control de la frontera del Duero y fortificó varias plazas del valle del Tormes. Fernán González conquistó Osma y San Esteban de Gormaz.

En agosto de 940, la plaza estratégica de Gormaz cayó en poder musulmán. Un cerro islamista amurallado en el corazón de Castilla cayó en poder musulmán.

Abderramán intervino en las luchas civiles del reino leonés, apoyando a una u otra facción según sus intereses. Las campañas musulmanas proporcionaban cautivos y botín, pero no modificaron las fronteras.

En el 944, la pugna entre Ramiro II y Fernán González facilitó un ataque cordobés por Galicia. Abderramán ordenó reforzar la Marca Media en el año 946, dejando la sede en Medinaceli al mando del general Galib. A partir de ese momento, la anexión de territorios por colonos se detuvo. Las incursiones cordobesas penetraron en territorio leonés en los años 944, 948 y 949, llegando a Galicia en el 950.

En el 955, Abderramán había firmado la paz con Ordoño III, acuerdo que se desbarató al fallecer este y sucederle su medio hermano Sancho, quien no respetó los pactos. En el año 956, Fernán González venció a los cordobeses una vez más en San Esteban de Gormaz. Córdoba reaccionó en 957 con una campaña de castigo que terminó con una derrota leonesa, el derrocamiento de Sancho y la llegada al reino de León de Ordoño IV. Sancho se refugió con su abuela Toda, quien, para ayudarle a recuperar el trono leonés, pactó con el califa cordobés. En el 958, Abderramán recibió en Medina Azahara a Toda, Sancho y a su mujer. El califa les ayudaría a recuperar el trono leonés a cambio de diez plazas en la frontera del Duero. En el 960, conquistó Tarragona en el levante Abderramán y atacó Zamora, su ciudad soñada, pero fue rechazado. El califa falleció al año siguiente, el 16 de octubre del 961.

Juan Pisuerga.

 

.

PARA MÁS INFORMACIÓN

  1. Fierro Bello, María Isabel (2011). Abderramán III y el califato omeya de Córdoba. Nerea.
  2. Menéndez Pidal. R (1957). Historia de España: España musulmana hasta la caída del califato de Córdoba. Espasa Calpe.
  3. Manzano Moreno, Eduardo (2006). Conquistadores, emires y califas. Los omeyas y la formación de al-Ándalus. Crítica.
  4. Sánchez Albornoz, Claudio. La España musulmana. Espasa Calpe, Madrid, 1987.
  5. Valdeón Baruque, Julio (2001). Abderramán III y el califato de Córdoba. Debate.
  6. Vallvé Bermejo, Joaquín (2003). Abderramán III: califa de España y Occidente. Ariel.