Con la muerte del rey Carlos el Calvo en el año 877, el esplendor carolingio entró en una profunda crisis. Solo algunos monasterios lograron preservar la herencia cultural, convirtiéndose en los forjadores del renacimiento europeo.
En el año 910, el duque Guillermo de Aquitania fundó en Borgoña, en una granja de su propiedad, el monasterio de Cluny, que se transformaría en el epicentro de la reforma benedictina. Para asegurar la independencia de la orden, el duque otorgó a los monjes total autonomía frente a los poderes seculares. En el año 988, el papa concedió a Cluny la exención del obispado local, estableciendo así una alianza crucial para la reforma litúrgica. Con el tiempo, las excelentes relaciones de Cluny con reyes, nobles y la Curia romana le confirieron un enorme poder, puesto que la abadía solo dependía del papa.
La vida de los monjes cluniacenses giraba en torno a la oración, el canto y la liturgia. El Oficio Divino era su actividad principal, y esta devoción a la oración coral y a la celebración de la Eucaristía, con su fastuosa decoración y música, se convirtió en la seña de identidad de la orden. A diferencia de otras órdenes, los cluniacenses redujeron el trabajo manual para dedicarse plenamente a la oración y el estudio. Es decir, que su «trabajo» principal no era en la labor agraria, sino de índole espiritual, centrado en la copia de manuscritos y la producción de libros litúrgicos.
El movimiento cluniacense tuvo un impacto extraordinario en toda Europa. Revitalizó la vida monástica e influyó profundamente en la sociedad y en la Iglesia. Su poder fue decisivo en la Reforma gregoriana del siglo XI y en la difusión del arte románico, un estilo que se convirtió en la expresión visual del fervor espiritual de la época. Se pretendía una renovación espiritual a través de un estricto apego a la regla de San Benito, lo que llevó a la construcción de grandes iglesias que reflejaban la gloria de Dios y la importancia de la vida monástica.
En torno a Cluny se edificó un imperio monástico centralizado. Sus abades llegaron a tener un poder mayor que el de los reyes, ya que su autoridad se extendía por un vasto territorio sin fronteras definidas. La Orden de Cluny estableció una jerarquía clara: todos los monasterios de la orden y los afiliados, conocidos como prioratos, dependían directamente del abad de Cluny, lo que garantizaba una observancia uniforme y rigurosa de las reglas en toda la congregación.
Cluny desempeñó un papel fundamental en el desarrollo y la expansión del arte románico. A través de su extensa red de abadías, promovió un estilo arquitectónico distintivo que se propagó por todo el continente, creando un lenguaje artístico común. La abadía de Cluny, en Borgoña, se consolidó como un importante centro de poder religioso y cultural.
El abad Odilón, en 994, construyó un magnífico monasterio conocido como Cluny II, al que se incorporaron nuevas aportaciones arquitectónicas que sentaron las bases de la tipología clásica cluniacense y causaron admiración entre sus contemporáneos.
Al iniciarse el segundo milenio, el poder de sus comunidades se manifestaba en el esplendor económico de sus monasterios, los cuales adquirieron una enorme influencia. Su riqueza les permitió sufragar grandes obras arquitectónicas. Los canteros y artesanos más talentosos se pusieron al servicio de la construcción y decoración de sus iglesias y abadías. Conscientes del analfabetismo de la población, los cluniacenses utilizaron imágenes para enseñar las Escrituras y los principios de la fe. Los tímpanos, capiteles y frescos de los monasterios se llenaron de simbolismo y narraciones bíblicas para instruir a los fieles, una profusión de escultura monumental que se convirtió en una característica distintiva del arte románico.
Bajo el mandato de los abades Hugo de Semur en 1050 y Pedro el Venerable en 1125, el monasterio experimentó grandes transformaciones que culminaron en la construcción de Cluny III. Esta tercera abadía fue un hito en la arquitectura románica. Sus impresionantes dimensiones y estructura innovadora sirvieron de modelo para otros monasterios, y sus características, como la planta de cruz latina, las naves de gran altura, los arcos de medio punto y las bóvedas de cañón, se extendieron por toda Europa. Cluny III llegó a ser la iglesia más grande de Europa hasta la construcción de San Pedro en Roma.
Numerosos edificios benedictinos se destacaron por sus portadas historiadas, tratando de emular a la tercera abadía con fachadas muy ornamentadas e historiadas o con complejas torres campanario.
La vida monástica quedaba expuesta en el claustro con sus amplias galerías, en la sala capitular, el refectorio y las demás dependencias. Las iglesias cluniacenses se caracterizaban por su gran tamaño, bóvedas de cañón, robustos pilares, criptas bajo el presbiterio y transeptos bien marcados, elementos que se aprecian claramente en la Abadía de Cluny III.
La escultura cluniacense sobresale por su carácter narrativo y sus imágenes monumentales. Los tímpanos, capiteles y arquivoltas se decoraban con relieves que representaban escenas bíblicas, de santos y figuras mitológicas. Las pinturas murales y los manuscritos iluminados también fueron una parte crucial del arte de Cluny. Sus frescos románicos cubrían las paredes con representaciones de la vida de Cristo, la Virgen María y otros santos. La extensa red de abadías cluniacenses facilitó la difusión de este estilo artístico, creando un lenguaje visual común en todo el continente.
La Orden de Cluny creció con la fundación o afiliación de numerosos monasterios que se convirtieron en difusores del arte y la arquitectura románica según el modelo de la abadía madre.
La influencia de la Orden de Cluny en la Península Ibérica, particularmente en Castilla y León, fue de gran trascendencia histórica, cultural y política. Cluny se manifestó a través del Camino de Santiago, donde la orden se convirtió en uno de sus principales impulsores y organizadores. Los monasterios cluniacenses a lo largo del camino crearon una red de apoyo para los peregrinos, ofreciendo hospitalidad, albergue y asistencia, lo que consolidó y dinamizó el camino francés. La red cluniacense albergó algunos de los prioratos más importantes. El monasterio de San Benito de Sahagún fue el principal centro de la orden en la región. Otros monasterios relevantes fueron San Zoilo de Carrión de los Condes y San Salvador de Nogal de las Huertas o Villalcázar de Sirga, que también formaron parte del Camino de Santiago.
En Castilla y León, la presencia de Cluny fue notable. Además de su influencia cultural, la orden se convirtió en un actor político de primer orden a partir del siglo XI. Fernando I de León y, sobre todo, su hijo Alfonso VI, establecieron fuertes lazos con la abadía de Cluny. Con el apoyo de la orden y del papado, Alfonso VI promovió la liturgia cluniacense y abandonó el rito mozárabe. Un cambio crucial que unió a la Iglesia hispánica con la de Roma.
La Orden de Cluny dejó una huella imborrable en la historia de la Península Ibérica, especialmente en Castilla y León, a través de su papel en el Camino de Santiago, su intervención política, la reforma litúrgica y la difusión del arte románico.
Juan Pisuerga
PARA MÁS INFORMACIÓN, CONSULTAR
- Costa, Ricardo da, «Cluny, Jerusalén celeste encarnada», Revista Medievalidad. Estudios (2002).
- Duby, Georges, Seigneurs et paysans, «hommes et structures du Moyen Âge», Éditions Flammarion, 1993.
- Serna, José Luis (2017). Los cluniacenses en Castilla y León
- Henriet, Patrick (2017). «Cluny and Spain before Alfonso VI:», Journal of Medieval Iberian Studies.