Elías fue un profeta fundamental del Antiguo Testamento que se dice que vivió en el siglo X a.C. Su ministerio, de profundo calado religioso y moral, se basaba en la premisa implícita en su nombre: «Mi Dios es Yahvé»
Según el relato bíblico (1 Reyes 18:5), Dios lo envió a un pueblo sumido en la desesperación y la hambruna. Una sequía prolongada había asolado el territorio, llevando a muchos a perder la fe. Elías, cuya dedicación se refleja en el significado de su nombre, es una de las figuras más enigmáticas de la Escritura. Su historia, descrita principalmente en el libro de los Reyes, le sitúa en un Israel marcado por la inestabilidad y una creciente idolatría, especialmente el culto a dioses paganos como Baal. Elías emergió como el defensor inquebrantable de la fe en Yahvé, enfrentando al statu quo religioso y político.
Para comprender la misión de Elías, es esencial conocer su contexto histórico. Tras la división del reino establecido por David y Salomón, Israel había caído en una profunda decadencia espiritual. El rey Acab y su influyente esposa Jezabel promovieron activamente el culto a Baal. Jezabel, princesa de Tiro, trajo consigo la adoración a Baal y Aserá, deidades cananeas de la fertilidad y las tormentas. Para una sociedad agrícola cuya supervivencia dependía de la lluvia, estos cultos ofrecían una alternativa atrayente a la fe en Yahvé.
La adoración a Baal se caracterizaba por rituales que incluían prácticas inmorales o, en casos extremos, el sacrificio de niños. Los fieles a Yahvé eran perseguidos y asesinados, lo que provocaba un alejamiento progresivo del pacto con Dios. En medio de esta decadencia espiritual, Elías se alzó como un heraldo de la justicia divina.
La confrontación más célebre de Elías con la idolatría tuvo lugar en el monte Carmelo. Después de tres años de sequía como castigo divino anunciado por el profeta, Elías desafió al rey Acab y a los sacerdotes paganos. La prueba consistió en preparar dos altares con bueyes para el sacrificio, pero sin encender fuego. Se congregaron 450 sacerdotes de Baal y 400 de Aserá. Elías les pidió que invocaran a su dios para que mandara fuego sobre la ofrenda. Los sacerdotes de Baal clamaron y danzaron durante horas, pero no hubo respuesta.
Elías, por su parte, construyó un altar a Yahvé con piedras, lo rodeó con una zanja que llenó de agua y ordenó que se empapara el buey y la leña con doce cántaros de agua, un acto de fe en medio de la sequía. Cuando el profeta oró, «cayó el fuego de Yahvé y consumió el holocausto, la leña, las piedras y el agua de la zanja» (1 Reyes 18:38). La demostración fue tan impactante que el pueblo cayó postrado, exclamando: «¡Yahvé es Dios, Yahvé es Dios!» (1 Reyes 18:39). Tras este milagro, Elías ordenó la ejecución de los sacerdotes de Baal.
A pesar de su victoria, el odio de Jezabel obligó a Elías a huir para salvar su vida. Desanimado y temeroso, se refugió en el desierto. Fue allí donde Dios se le reveló de un modo inesperado. Después de una tormenta de viento, relámpagos y fuego, Dios se manifestó a Elías con «voz suave y apacible» (1 Reyes 19:12). El profeta comprendió que el poder de Dios reside en la manifestación espectacular, pero también en la quietud y la intimidad. Dios le aseguró que no estaba solo, pues muchos fieles se habían mantenido firmes en su pacto. Esta revelación renovó la fe de Elías y preparó las siguientes etapas de su ministerio, incluyendo la elección de Eliseo como su sucesor.
Elías es también una figura central por su singular partida terrenal. Mientras Elías y Eliseo caminaban, apareció «un carro con caballos de fuego» que los separó, y «Elías subió por un torbellino al cielo» (2 Reyes 2:11), dejando perplejo a Eliseo, que presenció el evento.
Existen diferentes interpretaciones sobre este suceso. Algunos creen que Elías fue llevado directamente al Señor. Otras lecturas bíblicas, considerando pasajes como Juan 3:13 («Nadie subió al cielo, sino que Él descendió del cielo»), sugieren que Elías fue trasladado a otro lugar de la tierra por el torbellino.
La interpretación teológica predominante es que este “suceso» (2 Reyes 2:1-13) simboliza el retiro de la vida terrenal por voluntad divina para evitar la muerte física y como recompensa por su fidelidad.
El carro de fuego subraya la naturaleza divina: el fuego representa la pureza, el juicio y el poder de Dios.
Antes de este suceso, Elías entregó su manto a Eliseo, como la transferencia de su autoridad profética (2 Reyes 2:12-13). El profeta Eliseo reconoció que «Elías defendió a Israel con más fuerza que cualquier ejército, pues su poder provenía de la protección divina».
Elías es un testimonio de la fe inquebrantable en la adversidad. Su fe, su valor contra la idolatría y su capacidad para percibir a Dios en la quietud lo convierten en una figura inspiradora. Su legado trascendió el Antiguo Testamento: Malaquías profetiza su regreso antes del «día grande y terrible del Señor» (Malaquías 4:5).
Elías aparece junto a Moisés en la Transfiguración de Jesús, validando la misión de Cristo.
En el Nuevo Testamento, Jesús identifica a Juan el Bautista como «el Elías que había de venir» para preparar el camino.
La expresión «recoger el manto de Elías» se ha convertido en un símbolo cultural de la asunción de una autoridad o responsabilidad de gran peso.
Juan Pisuerga




PARA MÁS INFORMACIÓN, CONSULTAR:
- Biblia, Edición Católica 1954: 1 y 2 Reyes.
- Biblia Católica: Juan el Bautista como Elías.
- Raven, John H. (1979). La historia de la religión de Israel.
- Wells, John C. (1982). El Longman Nombre teofórico incorpora el apócope «Yahw» para Yahweh. Wheaton: Tyndale Press. (Nota: Esta referencia debería ser reformulada según un estilo de citación formal).