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UN BRUTAL ENEMIGO: ALMANZOR.

Almanzor fue un personaje que dejó una profunda e imborrable huella en la tradición hispánica. Abu Amir nació en el año 938 en Torrox, dentro de una familia árabe de tradición militar. Llegó a Córdoba de adolescente para aprender leyes islámicas. Fue un alumno aventajado y, por sus conocimientos, trabajo y talento, entró pronto en la administración cordobesa.

En el año 971, al-Hakam ostentaba el califato, manteniendo años de paz con los reinos y condados cristianos. Había sido padre de Abderramán en el 962 y de Hixem en el 965, por lo que colmó de riquezas a su favorita. En el año 967, Subh se encontró sin administrador y solicitó uno al Chambelán. El elegido fue Abu Amir. Poco después, el califa lo nombró protector de sus hijos, confiándole la gestión de sus bienes y los de Subh.

El amirí comenzó a ascender en puestos de relevancia política: jefe de la Casa de la Moneda y cadí de Huelva y Sevilla. Tras casarse con la hija del jefe de la guardia califal, fue nombrado jefe de la guardia de Córdoba. La construcción de un palacio le valió una acusación de malversación.

El primogénito del califa murió en el 970. Hixem se convirtió en el heredero. Como mujer del harén, la libertad de Subh estaba muy restringida, pero el hecho de haber dado herederos le permitía moverse sola por el palacio. La juventud y la cercanía entre el Amirí y Subh los llevaron a iniciar una relación amorosa.

En el año 973, una revuelta en el norte de África obligó a Córdoba a preparar un ejército para someter a los insurgentes. Abu Amir, como cadí de Sevilla, donde se encontraban las instalaciones portuarias, fue el responsable de alistar una flota para cruzar el estrecho, y Galib, el encargado de sofocar la revuelta. Abu Amir compró la lealtad de algunos jefes locales. Como supervisor de la campaña, entabló amistad con el general y con varios jefes bereberes, quienes le serían de gran utilidad en el futuro.

Después de la campaña norteafricana, se inició una nueva etapa en su carrera política. En Córdoba, su habilidad para gestionar los aspectos organizativos y económicos le valió el nombramiento de jefe de la Casa de la Moneda.

El califa, observando el desarrollo del califato, intentó en sus últimos años instruir a su heredero en sus tareas, pero sin éxito. Fue entonces cuando el califa nombró a Abu Amir inspector de las tropas bereberes traídas de África para asegurar el acceso de su hijo al trono. Al-Hakam falleció en 976. Su sucesor, Hixem, al ser menor de edad, no podía, según la ley islámica, ejercer como califa. Sin embargo, la poderosa familia omeya, con una arraigada tradición de herencia de padre a hijo, obtuvo el consentimiento del gran magistrado del califato. Los esclavones de palacio intentaron que el hermano del califa tomara el poder, con la condición de devolver el califato a Hixem cuando este alcanzara la mayoría de edad. El Chambelán ordenó a Abu Amir que fuera al-Mughira para informarle de la entronización de Hixem. Aunque este manifestó su lealtad al califa, al-Mushafi ordenó que fuera ahorcado, simulando un suicidio. Ochocientos esclavones fueron expulsados del palacio.

Hixem nombró chambelán a al-Mushafi, protector a Abu Amir y jefe de los ejércitos a Galib. En la ley islámica, el califa era la máxima autoridad religiosa, jurídica y militar.

Después de la muerte de al-Hakam, las huestes cristianas comenzaron a realizar incursiones militares por el sur de la frontera, sin que el chambelán tomara medida alguna. Abu Amir deseaba una respuesta militar contundente a las incursiones cristianas, pero al-Mushafi prefería una estrategia defensiva debido a los problemas económicos que acarrearía una guerra de final incierto. Abu Amir comprendió que un ejército profesional y bien pagado era la clave del poder. Rápidamente, creó uno, alegando que era para castigar a los reinos cristianos y a los separatistas magrebíes, lo que le permitió un mayor contacto con el general jefe de los ejércitos.

La mayoría de edad del califa no alteró la situación. Hixem no reclamó el poder y Abu Amir empezó a actuar como gobernador efectivo, colocando en puestos clave a sus familiares y a personas de su total confianza.

En el año 977, Abu Amir y Galib iniciaron una primera campaña, saqueando los arrabales salmantinos, y repitieron la acción a finales de año. Durante sus encuentros, acordaron eliminar a al-Mushafi. Cuando el chambelán se enteró, intentó reconciliarse con Galib, otorgándole el título de doble visir. Abu Amir solicitó al califa la prefectura de Córdoba, cargo que desempeñaba uno de los hijos del chambelán. El califa le concedió el puesto de prefecto, con lo que las relaciones entre Abu Amir y al-Mushafi se rompieron definitivamente. Al poco tiempo, Subh pidió a Hixem que nombrara a Galib segundo chambelán. Al-Mushafi intentó romper la amistad de Galib con Almanzor, proponiendo que su hijo se casara con la hija del general, pero esta se casó con el amirí. La boda se celebró en el año 978 y marcó la caída de al-Mushafi.

Galib partió hacia el norte y Abu-Amir se quedó como dueño de Córdoba. En la capital, varias familias nobles intentaron sustituir a Hixem por un nieto de Abderramán III. Almanzor, informado por sus espías y confidentes, desató una brutal represión, matando a muchas familias y expulsando a los omeyas de Córdoba. El chambelán fue encarcelado con sus familiares; sus bienes fueron confiscados y murió envenenado en el año 983.

Almanzor llevó a cabo en Córdoba reformas populistas legislativas. Mandó construir una residencia-palacio fortificada, Medina Alzahira, para la protección y aislamiento del califa. Lo rodeó de centros militares bereberes muy fieles a su persona y se trasladó a vivir allí con todo el aparato administrativo del estado, asumiendo la dirección del califato. Centralizó los ingresos y gastos y se convirtió en gran visir, jefe del estado y el único canal de comunicación entre el califa y sus familiares, cortesanos y embajadores. Estableció una corte majestuosa para aplacar el malestar de los magistrados islámicos, permitiéndoles constatar la majestad vacía del califa.

Galib no aprobaba que Almanzor apartara al califa de sus funciones ni que el nuevo palacio estuviera rodeado de tropas bereberes. Por su parte, Almanzor codiciaba el prestigio militar de su suegro, que le impedía dominar el ejército. Las tensiones entre Galib y Almanzor estallaron en el castillo de Atienza después de un banquete. Galib atacó a Almanzor con espada en mano, quien, herido, tuvo que huir por una ventana para salvar su vida. Una vez recuperado, asaltó Medinaceli y entregó los bienes de Galib, a su familia y su harén a los hombres de su ejército.

En el 981, Almanzor inició una campaña contra Galib. Hubo varios enfrentamientos menores en los que el general resultó vencedor. Los tuyibiés de Calatayud apoyaron a Galib y los de Daroca a Almanzor. Galib pactó con castellanos y navarros, quienes lo consideraban un hombre de honor. Almanzor reunió un ejército con tropas cordobesas, a las que añadió un numeroso contingente de bereberes africanos y tropas de la frontera superior. Galib contaba con tropas fronterizas leales a su persona y con los aliados cristianos. El encuentro final tuvo lugar en Torrevicente. Galib llevó su ejército a la línea de combate. Abu Amir se situaba en el centro del suyo. Colocó a los bereberes en el ala derecha y a los tuyibiés en la izquierda. El choque fue favorable a las fuerzas aliadas, que rompieron los flancos enemigos. A punto de lograr la victoria, Galib se retiró a una hondonada para descansar y murió de forma repentina a los ochenta años, sin señales de violencia. Almanzor alcanzó un triunfo completo. En el mismo lugar de la victoria se hizo llamar “El Victorioso de Dios”, un nombramiento que solo el califa podía otorgar. El cadáver de su suegro fue exhibido y crucificado en la puerta del alcázar de Córdoba, su cabeza clavada en la puerta del palacio de Medina Azahara.

En el 982, ante la acometida cordobesa, Sancho Garcés II entregó al Amirí a su hija Urraca, conocida en Córdoba como Abda. Con ella tuvo un hijo llamado Abderramán Sanchuelo, un nombre peyorativo que traducían como “Sancho el Insignificante”. Con ello, evitó que los cordobeses atacaran el reino de Pamplona durante seis años.

Almanzor trasladó su actividad bélica a Castilla, a los condados catalanes y a León, que por esos años era un reino dividido entre Ramiro III y Bermudo II. Entre los cristianos, Almanzor era conocido como un sádico. Devastaba ciudades, capturaba rehenes y mataba sin cuartel. No solo buscaba vencer, sino humillar al vencido.

En el año 983, los ejércitos del conde García Fernández, de Ramiro III y de Sancho Garcés se enfrentaron con las tropas de Almanzor en Roa, donde fueron derrotados. En el 984, arrasó ciudades en las riberas del Tormes y del Duero. En el año 985, Barcelona fue sitiada por tierra y mar. Los musulmanes enviaban las cabezas de los campesinos decapitados con catapultas dentro de la ciudad. Al entrar en la plaza, destrozó las murallas, pasó a cuchillo a los hombres que la defendían y esclavizó a mujeres y niños. En el año 987, Coímbra sufrió tres asaltos seguidos y, al caer la ciudad, todos sus habitantes fueron degollados. En el año 988, la península padeció una gran sequía y escasez de alimentos.

En el 988, Abdala, el hijo de Almanzor, se desterró a las tierras castellanas del conde García Fernández. Almanzor exigió la entrega de su hijo, pero el conde se negó. Las tropas cordobesas atacaron Castilla y arrasaron toda la comarca con lo que lograron su objetivo. García Fernández entregó a Abdala con dos condiciones: que se le mantuviera con vida y que se firmaran dos años de tregua. Así fue pactado, pero al llegar a la frontera, el jefe del destacamento, por orden de Almanzor, cortó la cabeza de Abdala. Córdoba sabía lo ocurrido, pero Almanzor cambió el relato, pregonando que Abdala no era hijo suyo y ordenando matar a quienes lo habían decapitado.

Bermudo II daba cobijo al poeta sociólogo Piedra Seca, un opositor a la política de Almanzor que pregonaba que estaba arruinando al califato. Almanzor lanzó un brutal ataque como represalia. Bermudo tuvo que entregar a Piedra Seca, quien fue llevado a Córdoba humillado y encerrado hasta su muerte.

Entre el 989 y el 991, Almanzor volvió a devastar las tierras castellanas, alavesas y pamplonesas sin conquistar ninguna plaza. En uno de los ataques murió el segundo hijo del rey, Sancho Garcés II. El pamplonés se desplazó a Córdoba para pedir treguas. Allí conoció a su nieto Sanchuelo y, según las crónicas árabes, hincó de rodillas ante Almanzor, quien exigió como prueba de obediencia la permanencia en Córdoba de Gonzalo Sánchez, el segundo heredero del reino de Pamplona.

En el año 991, nombró gran chambelán a su hijo Abd el Malik y decidió reforzar su poder. Ordenó que los documentos oficiales llevaran su sello en lugar del califal y que su nombre se anunciara en las oraciones de las mezquitas después del de Hixem II.

En el 993, Almanzor fue rechazado en las murallas de San Esteban de Gormaz, pero al año siguiente regresó derrotando a los cristianos y desmantelando las defensas castellanas del Duero. Asaltó León y Astorga, según los historiadores, para hacerse presente en la boda de Bermudo II con la hija del conde García Fernández.

En el año 994, García Fernández fue herido en un desafortunado choque casual en Langa. Ocurrió fuera de la campaña, aunque algunos consideran que fue producto de una emboscada. El conde murió en Medinaceli. Almanzor ordenó el traslado de su cuerpo a Córdoba y allí lo entregó a los cristianos cordobeses para que le dieran sepultura. A García Fernández le sucedió su hijo Sancho García, quien mantuvo treguas con el califato durante cinco años.

En el 995, destruyó Astorga y obligó a los leoneses a pagar un tributo a Córdoba.

En el año 996, Subh vio cómo su hijo, sin descendencia, estaba siendo desplazado de sus funciones. Intentó formar un grupo opositor a Almanzor, pero este pregonó en la corte y en el pueblo cordobés que Hixem era un musulmán débil y corrupto y que solo podía desempeñar un cargo nominal. El califa ostentaba el poder religioso, pero otorgó el poder civil y militar a Almanzor. Esta cesión del califa generó un fuerte rechazo en los sectores legitimistas, que conspiraron para restablecer el orden del califato. Almanzor sabía que su autoridad era ilegítima y quiso instaurar una nueva dinastía, otorgando al califa un cargo meramente religioso. Le obligó a firmar un documento ante notario en el que delegaba sus poderes temporales en el Amirí. La madre del califa quiso apropiarse de 80.000 dinares para financiar una sublevación dirigida por el cadí del norte de África. Informado Almanzor por sus espías, mandó a su hijo Abd el Malik trasladar el tesoro real a su palacio.

En el verano de 997, asoló Santiago de Compostela. Aunque el obispo Mendoza evacuó la ciudad, Almanzor destruyó iglesias, monasterios, palacios y casas. Quemó el templo prerrománico dedicado a Santiago. La campaña fue un gran triunfo para el caudillo musulmán, que atravesaba entonces un delicado momento político por su ruptura con la madre del califa. Respetó el sepulcro del apóstol, lo que permitió la continuidad de la peregrinación a Santiago. La destrucción de Santiago fue un golpe muy duro para la cristiandad y, en concreto, para el reino de León. Almanzor instaló guarniciones en Zamora y en Toro. Impuso un pacto a los reinos cristianos por el que se comprometía a no atacar el reino leonés durante todo el año 998. En ese año, envió a Ibn Atwiya para pacificar las revueltas del norte de África. Este se apropió de tierras y haciendas de sus enemigos. Un año después, cambió de actitud y decidió obedecer a la madre del califa. Almanzor mandó a su hijo Abd el Malik con un poderoso ejército que infligió una dura derrota a las fuerzas de Ibn Atwiya, quien tuvo que huir con su familia al Sahara.

Con las tropas norteafricanas en Córdoba, Almanzor tomó oficialmente el título de Gran Señor, creando una nueva dinastía, y Subh tuvo que abandonar Córdoba.

En el año 999, los historiadores creen que el rey navarro y algunos condes catalanes dejaron de pagar impuestos a Córdoba, aprovechando la insurrección militar que se padecía en el norte de África. Almanzor emprendió una razia por el noreste peninsular. Arrasó Pamplona y el sureste de los Pirineos.

En el año 1000, Almanzor lanzó una campaña contra Castilla. La minoría de Alfonso V no impidió la formación de una amplia alianza. Al ejército leonés se unieron el conde de Castilla, el de Saldaña y los navarros de Sancho Garcés III. Los dos bandos se encontraron en Peña Cervera, probablemente en el desfiladero de Yecla. El ejército cristiano se distribuyó en posiciones defensivas en lo alto de las colinas que controlaban el paso. Los dos ejércitos se enfrentaron el 29 de julio. Almanzor se percató del tamaño del ejército cristiano y de su ventajosa situación. Al amanecer, el ejército aliado lanzó un asalto inesperado, descendiendo por las laderas de la peña contra las alas del ejército califa. Los cristianos presionaron con su caballería a los musulmanes. Las huestes cristianas rompieron el flanco derecho y Almanzor tuvo que enviar a ese lado las fuerzas comandadas por su hijo Abd el Malik y a su otro hijo Sanchuelo al flanco izquierdo. El movimiento táctico equilibró el combate. Un berebere mató al conde Banu Gómez, pero Almanzor realizó una estratagema teatral, saludando a lo lejos y vitoreando a unas nuevas tropas inexistentes. Con ello, confundió al ejército aliado, que se retiró en desbandada. Las bajas del ejército cordobés fueron cuantiosas y, aunque Almanzor capturó y saqueó el campamento enemigo, fue herido en el combate. En el año 1002, devastó el monasterio de San Millán de la Cogolla y, pese a lo que se diga, murió a los 65 años en Medinaceli.

Almanzor fue tan admirado por los habitantes de Al-Ándalus como temido por los de los reinos y condados cristianos. Solo la costa del Cantábrico quedó libre del saqueo de sus huestes. A la capital cordobesa llevaba los botines de guerra y los cautivos capturados en sus victorias.

 

PARA MÁS INFORMACIÓN

  1. Arié, Rachel (1984). Historia de España. España Musulmana.
  2. Ávila, María Luisa (1980). «La proclamación de Hixem II. Año 976 d.C».
  3. Bariani, Laura (2003). Almanzor. Nerea.
  4. Beladiez Navarro, Emilio (1959). Almanzor.
  5. Bramon, Dolors (1994). «Más sobre las campañas de Almanzor». Estudios Árabes.
  6. Seco de Lucena Paredes, Luis (1965). «Acerca de las campañas militares de Almanzor». Miscelánea de estudios árabes.
  7. Valdés Fernández, Fernando (1999). Almanzor y los terrores del milenio. Santa María la Real.