Skip to main content

LA BATALLA DE SIMANCAS

Abderramán, autoproclamado califa en 929, no podía permitirse los continuos fracasos militares que le estaban infligiendo los reinos cristianos del norte. Al ser elegido emir, había logrado sofocar la insurrección de los clanes familiares y los intentos de sedición tanto en las comarcas del norte de África como en las provincias y marcas de al-Ándalus.

Entre los años 936 y 937, varias plazas de la Marca Superior se rebelaron contra Córdoba, apoyadas por Ramiro II. Abderramán conquistó las localidades y castillos más importantes y mandó degollar a todos los castellanos que las defendían. El vali de Zaragoza, Abu Yahya, fue perdonado y lo puso al mando de la Marca.

Una vez resueltos los conflictos internos, la situación más tensa para el califa se localizaba en la frontera del Duero y del Mondengo. En el año 939, Abderramán proclamó la «guerra santa», llamándola la «campaña del poder supremo». Ordenó que, desde los minaretes, los almuédanos del al-Ándalus y del norte de África llamaran a la yihad. Acudieron numerosos islamistas de todas las provincias, incluidas las del norte de África. Miles de guerreros se unieron a las huestes del califa con caballos, armas, suministros y dinero. Se formó un ejército muy numeroso, pero la rapidez en la gestión impidió que los efectivos estuvieran bien encuadrados. Hubo mucha improvisación y un pobre adiestramiento de las tropas, con mandos poco profesionales. Abderramán ordenó que, desde el minarete de la mezquita mayor de Córdoba, se recitara una oración para agradecer a Dios la victoria.

El califa había ido retirando el mando y los privilegios militares a la nobleza árabe para prevenir sublevaciones, y en su lugar, ascendió a bereberes y eslavos como jefes del ejército. Puso a Najda, un eslavo al mando, lo que exasperó aún más a los árabes. El hispanista holandés Dozy explica que esta fue la principal causa del desastre musulmán en Simancas. En su opinión, la nobleza árabe decidió dejarse vencer.

El ejército de Abderramán partió de Córdoba el 28 de junio del año 939 con el objetivo de conquistar Zamora, una plaza clave desde donde Ramiro había impulsado su carrera militar y política. Si Zamora caía en poder musulmán, se podría dominar el noroeste peninsular. Desde el momento en que el ejército se puso en marcha, los confidentes y vigías de Ramiro siguieron sus pasos. Se detuvo en Toledo para recoger unidades militares y, tras atravesar la cordillera central, llegó a Olmedo. A principios de julio, un terremoto sacudió la región, destruyendo e incendiando varias casas en Oporto, Coímbra, Viseo y Zamora. Los musulmanes sintieron cómo la tierra temblaba bajo sus pies, lo que generó cierta incertidumbre en las tropas. El 19 de ese mismo mes, un eclipse total de sol sumió la tierra en la oscuridad, y el miedo y la inseguridad se apoderaron de los islamistas.

Los cordobeses se detuvieron en el castillo de Portillo, donde se les unieron las huestes del valí de Zaragoza. Desde allí, tras recorrer 30 km, llegaron a Simancas, que había sido conquistada por Alfonso III. Esta villa, junto con Zamora y Toro, formaba una primera línea defensiva al oeste de la frontera del Duero. Allí los esperaba Ramiro, apostado en un altozano que llegaba hasta las murallas.

Es probable que el ejército del califa se presentara en la plaza el 5 de agosto. La batalla se desarrolló entre los días 6, 7 y 8, lo que implica que las fuerzas musulmanas entraron en combate sin tiempo suficiente para estudiar el terreno, sin conocer exactamente el dispositivo enemigo y sin el necesario descanso. Llegaban agotadas después de una marcha tan larga desde Córdoba. Ninguna crónica detalla cómo se abastecía un ejército tan numeroso y alejado de sus bases. Se presume que tuvieron grandes dificultades logísticas y de intendencia.

Simancas está situada en un cerro, en la confluencia del Pisuerga con el Duero. El ejército musulmán acampó en la explanada que el cauce del Pisuerga forma en su desembocadura. El rey de León contaba con su propio ejército, el de los condes gallegos y asturianos, y de los castellanos de Asur Fernández, de Diego Muñoz conde de Carrión Saldaña, del linaje Banu-Gómez y el del conde de Castilla Fernán González, que era el más poderoso y mejor adiestrado de los ejércitos cristianos. Según los medievalistas Dozy, Valdeón y Díaz, también había efectivos pamploneses de la reina Toda, quien había roto los pactos con el califa.

Los historiadores no disponen de ningún relato pormenorizado de la batalla. El encuentro está descrito a través de documentos aislados de cronistas árabes. Ramiro había ocultado su caballería pesada al norte de Simancas, y las huestes del rey asturiano esperaron al ejército islamista donde hoy se encuentra la villa, en posición defensiva, protegidos por las murallas y con algunas escuadras de caballería ligera bien visibles. Los musulmanes debían atravesar el río por el único puente que unía ambas orillas o por el cauce. Los hombres de Ramiro estaban descansados y aguardaban en el altozano con las espaldas cubiertas por las murallas y la fortaleza de Simancas. Nada más iniciarse la batalla, que se había pactado para que solo durara durante el día, el empuje musulmán fue tremendo. A pesar de tener que subir un cierto desnivel, la acometida fue tan poderosa que las tropas leonesas tuvieron que retirarse dentro de las murallas. Pasadas unas horas, los ataques musulmanes se volvieron menos eficaces debido a la descoordinación de sus bloques. Algunas crónicas señalan que las unidades musulmanas recibían órdenes contradictorias y se movían de manera dispersa. El ejército del califa estaba pésimamente preparado, cometió numerosos errores tácticos e incluso algunos de mala fe, como relata Sánchez de Albornoz. Los cordobeses no lograban romper las filas cristianas, que se mantenían intactas. El segundo día de la batalla, la caballería cristiana oculta tomó la iniciativa. Rodearon a los asaltantes y cargaron contra su retaguardia. En ese momento, Ramiro mandó que salieran las tropas del castillo y los musulmanes quedaron atrapados entre la caballería, las murallas, el río y las tropas de Ramiro.

La Batalla de Simancas se desarrolló donde Ramiro II quiso. La crónica de Abderramán menciona la huida de parte de sus huestes, siendo el primero en hacerlo el traidor muladí Fortún ben Mohamed. Numerosas crónicas indican que el primer día del combate murieron 3000 musulmanes, entre ellos Najda. Abderramán ordenó la retirada y, dejó olvidada en su tienda una cota de mallas de oro y el Corán que siempre llevaba consigo. Quería llegar a Córdoba cuanto antes para pregonar que la expedición no había sido un fracaso, sino una traición, y que castigaría a los culpables. El califa llamó a ese día “El Día de la Hipocresía”.

Los historiadores que han evaluado las causas de la derrota han concluido que la confrontación debió celebrarse días más tarde para dar descanso al ejército, y que los musulmanes entraron en combate sin estudiar el terreno y sin conocer el dispositivo táctico del enemigo. Las crónicas árabes mencionan numerosas infidelidades durante el combate. Otro dato sorprendente es que Ramiro mantuvo su caballería escondida, a pesar de que era más potente, pesada y fuerte que la musulmana, que era más ligera y estaba muy cansada.

La batalla de Simancas fue una realidad histórica. Algunos medievalistas le han dado tanta importancia como a la victoria de Poitiers. El ejército musulmán se retiró de Simancas y tardó 15 días en recorrer unos 150 km, lo que sugiere que llevaban muchos heridos. Se cree que en la actual Riaza tuvo lugar otro desastre para los musulmanes. Los islamistas se ocultaron en un bosque poblado de encinas, robles y pinares; un monte bajo muy enmarañado en el que un ejército avanzaría con dificultades. El terreno era conocido por los castellanos de Fernán González, que iban en su persecución. Al final del bosque, los musulmanes se encontraron con un abrupto barranco, un escarpado tajo que los castellanos conocían, por lo que su caballería atacó a los restos del ejército musulmán. En el combate, murieron muchos islamistas, varios empujados o precipitados por el escarpado. Los que se rindieron fueron vendidos como esclavos para tareas de campo o simplemente degollados. Esta segunda batalla fue conocida como la del “Barranco”.

Cuando Abderramán, quien se había adelantado, llegó a Córdoba, mandó crucificar a 300 oficiales, acusándolos de traición. Los dejó colgados en las murallas como escarmiento y para que el mundo musulmán viera lo que hacía con los traidores.

La victoria de Simancas tuvo consecuencias muy positivas para el reino de León. La noticia fue alabada por el Papa, y aumentó el prestigio del rey leonés por Europa. Ramiro ordenó la repoblación de Salamanca, Peñaranda de Bracamonte, Sepúlveda y Ledesma y todo el valle del Tormes. Salamanca se convirtió en el centro administrativo y político de los repobladores. La frontera del Tormes se unió con la del Mondego.

Con la victoria de Simancas nace el Voto a San Millán, a modo del de Santiago, con el objetivo de favorecer con privilegios y donaciones al monacato de San Millán, que se convierte en el patrón de Castilla.

La derrota de Abderramán III fue conocida por los otros califatos y no fue mal recibida por la autoproclamación de Abderramán.

El ejército islamista, en el año 940, conquistó la importante y poderosa fortaleza de Gormaz, y ese mismo año, Córdoba y León iniciaron un tratado de paz. Las conversaciones culminaron en agosto del 941 con un pacto en el que Ramiro II devolvió a Abderramán III el Corán y la cota de mallas de oro.

Juan Pisuerga

 

PARA MÁS INFORMACIÓN

  1. Chalmeta Gendrón, Pedro (1976). «Simancas y Alhándega». Hispania.
  2. Ibn Hayyân. Muqtabis V, Crónica del califa Abderrahmân III. Traducido por M.ª Jesús Viguera y Federico Corriente. Anubar, Zaragoza, 1981.
  3. Martínez Díez, Gonzalo (2004). El Condado de Castilla. Valladolid: Junta de Castilla y León.
  4. Pérez de Urbel, Justo (1974). El Condado de Castilla. Los 300 años en que se hizo Castilla. Madrid: Fomento Editorial.
  5. Rodríguez Fernández, Justiniano (1998). Ramiro II, rey de León. Burgos: La Olmeda.
  6. Sánchez de Albornoz, C. La batalla de Simancas. Un hito en la reconquista hispánica. 1963. Buenos Aires.
  7. Menéndez Pidal, R. Historia de España. Espasa Calpe. 1974.